domingo, 9 de diciembre de 2018

Si no es amor es costumbre

A veces pienso que la importancia del  amor está sobredimensionada. Claro que, por otra parte, si no hubiera sido por su existencia páginas escritas de poesía, novelas y teatro aparecerían en blanco, porque jamás nadie se hubiera molestado en escribirlas al falta de la temática principal.

¿Alguien se imagina una guerra de Troya sin el amor de Helena y Paris? Pues hubiera quedado un aventura épica coja, al albur de las descripciones de las batallas que, en ocasiones son bastante aburridas, con un simple pico de intriga por el episodio del caballo.

No hace falta remontarse tan lejos. Baste con detenernos en la novela de las novelas, la de ese hidalgo caballero enjuto y desgraciado que no habría puesto un pie fuera de su casa, ni hubiera abandonado la lectura de sus libros sin que en el horizonte percibiera el amor de la sin par Dulcinea. Bécquer sin golondrinas ni madreselvas, Larra envejeciendo sin haberse pegado un tiro por un amor desgraciado, Zorrilla con un Don Juan mudo y una doña Inés llegando a priora de su congregación. Teruel cifrando sus visitas a sus magníficas torres mudéjares, pero sin ese imán que atrae como la miel a las moscas que significa sus famosos amantes.

Pero por suerte los escritores y los poetas muestran instantáneas, momentos de ebullición de esa pasión que rebosa como el cava las copas para luego producirnos un cosquilleo similar a las burbujas.  ¡Ay el amor!

Pero ¿y si pudiéramos avanzar en esas historias que han marcado y señalado el amor como el motor del mundo? Pues, para nuestro desencanto veríamos como se iría transformando en costumbre en general y, en algunos casos, con suerte, en amistad.

No, no, mis queridos lectores, no enaqueis las cejas con asombro preguntando cómo una escritora, una poeta que ha hecho del amor el centro de mucha de su literatura cae, con cierto cinismo fruto tal vezde los años y la experiencia, en semejante afirmación. Pues porque, salvando las excepciones, suele cumplirse lo que señalo. Ese amor que brotó como una flor roja de pasión se va tranformando en un árbol robusto que acoge y protege del sol del verano y de las inclemencias del tiempo en invierno, sino se ha incendiado antes por el rayo del desamor, que todo es posible.

No debemos extrañarnos de imaginar a Julieta y Romeo, sentados en un banco bajo el balcón de Verona, viendo jugar a sus nietos, y sintiéndose en paz con ellos mismos y con el mundo, gozando de la compañía del otro hasta el fin de sus días y arropados por la costumbre y una profunda confianza que diera sentido a sus últimos años. Claro que entonces Shakespeare no habría tenido ni el más mínimo interés en su historia, porque el amor es el barniz que le damos a la vida para que nos parezca extraordinaria.


¡Ay, el amor!



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