Os diré, mis
queridos lectores, que estoy francamente preocupada por la violencia, explícita
o soterrada, en la que estamos viviendo.
No cabe duda de
que tras los atentados del 11S, en
Occidente cambió la percepción de nuestra propia invunerabilidad. Creíamos que
la violencia era parte de una puesta en escena propia de determinados lugares o
fruto de segmentos sociales dedicados a la delincuencia.
Sin embargo la
violencia se extiende como un malsano charco de aceite que lo va impregnado
todo de odio… ¿O tal vez lo que crece día a día es ese sentimiento de
aborrecimiento al otro, al que piensa diferente, al que viste diferente, al que
cree diferente? Y si para demostrarlo hay que mentir, se miente.
Como muchos de
vosotros sabéis, me muevo diariamente en las Redes sociales. Allí es un
universo en el que como valor añadido existe el anonimato. Son muchas las
ocasiones en las que los debates se transforman en una serie de insultos y
agravios hacia el que no opina de igual manera. Tal vez solo sea un desahogo a la
frustración, pero sirve un poco de barómetro para comprobar la tendencia que
señalo. Una gran parte
seres humanos llevamos siglos intentando erradicar la violencia, pero, y no sé
las razones, no conseguimos hacerlo.
Mujeres
asesinadas a manos de sus parejas, abusos infantiles, agresiones homófobas,
partidos ascendente de corte xenófobo, intolerancia alimentada desde la cuna
para odiar al que es diferente al que no piensa como nosotros, aunque para ello
haya que inventar cien mentiras. Hemos perdido la capacidad de la proporcionalidad
y reaccionamos peor ante un penalti mal pitado que ante una agresión machista.
Cuando una lee
las noticias, las opiniones y las consecuencias de este proceso independentista
que estamos viviendo se da cuenta de que hemos incubado durante años el huevo
de la serpiente, el enfrentamiento entre quienes tendrían que ser hermanos y no
enemigos. Ahora que esa serpiente se ha convertido en una hidra de siete
cabezas, se la sigue alimentando con desinformación y manipulación hasta que se
convierta en un monstruo que nos devore a todos.
Creo que estamos
llegando al borde del abismo como sociedad, en la que los valores fundamentales
se diluyen como la sal en el océano para dejar paso a lo único que parace
importar: el fin que justifica los medios.
Sed felices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario