domingo, 22 de octubre de 2017

Breverías



Ya decía el siempre mencionado en estos casos Baltasar Gracián que si lo bueno es breve es dos veces bueno. Yo añadiría que incluso cuando es malo mejor que sea breve, pues se nos ahorra bastante sufrimiento.
 
Bien, pues al hilo de este aforismo y para reafirmar su veracidad, voy a dedicar este artículo a los relatos muy breves, a aquellos que, como señalo en el título, podríamos denominarlos breverías. Sí, exactamente, mis queridos y avispados lectores, lo habéis adivinado.  Hablo de  los microrrelatos.

Tengo que decir, porque si no faltaría a la verdad, que soy una fan de este tipo de narrativa (este blog  es clara muestra de ello, pues contiene un número apreciable de ejemplos), porque me parece que cumple con creces las características de sus hermanos mayores, la novela, el relato o el cuento. Es más, me atrevería a decir que para escribir en estos pequeños formatos se necesita de unas dotes a veces especiales, que no todo escritor tiene, como es sintetizar y comprimir en tan pequeño espacio un planteamiento, un nudo y un desenlace que den lugar a una historia redonda.

A pesar de lo que nos pueda parecer, el microrrelato no nace en nuestros días. Ya encontramos muestras que podrían encuadrarse en este género  en el antiguo Egipto, en los Bestiarios de la Edad Media, en la fábulas grecorromanas o incluso algunos estudiosos han considerado microrrelatos a las parábolas que Jesucristo narra extraídas, eso sí, de manera individual del resto de los Evangelios.
En la literatura contemporánea encontramos ejemplos más cercanos como los escritores Ramón Gómez de la Serna, Rubén Darío, Vicente Huidobro y Julio Cortázar entre otros, destacando, claro está a Augusto Monterroso, al que se le adjudicó la composición literaria más corta de la historia durante años y que es por todos conocida: “cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

En 2005 el microrrelato de Monterroso quedó desbancado por el de El emigrante de Luis Felipe Lomeli:“¿Olvida usted algo?¡Ojala!”

Pero como en esto de la literatura gustamos del rizar el rizo, en la actualidad el cetro de brevería lo porta un minicuento del español Juan Pedro Aparicio denominado Luis XIV:“Yo”.

No cabe duda que en los tres ejemplos que hemos ido señalando la concisión y sobre todo la elipsis adquiere su máxima importancia, llevada en el caso de Aparicio hasta el extremo de reducir toda la historia una sola palabra. No obstante es necesario, también, de la complicidad del lector y de su proactividad para que el relato se complete. Si volvemos al caso de Luis XIV  es necesario que haya un conocimiento de las características absolutistas de este rey para comprender esa única y explicita palabra, síntesis del egocentrismo.  Los títulos, como en el caso anterior, también adquieren su importancia porque resultan, en muchas ocasiones, ser clave para la comprensión  del resto del texto.

Para predicar con el ejemplo con el que abría este artículo, voy terminando. Hoy en día hay autores muy buenos de este género que merecen la pena que los leamos porque nos cuentan historias de amor, de humor, de terror incluso, condensadas en pequeñas píldoras muy fáciles de digerir y que nos dejarán un muy sabroso  y variado regusto literario, como si de una bandeja de ricos canapés se tratara, sin tener que recorrer seiscientas páginas para saber el desenlace y si comerán perdices.

Sed felices

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