Ya decía el siempre mencionado en estos casos
Baltasar Gracián que si lo bueno es breve es dos veces bueno. Yo añadiría que
incluso cuando es malo mejor que sea breve, pues se nos ahorra bastante
sufrimiento.
Bien, pues al hilo de este aforismo y para reafirmar
su veracidad, voy a dedicar este artículo a los relatos muy breves, a aquellos
que, como señalo en el título, podríamos denominarlos breverías. Sí,
exactamente, mis queridos y avispados lectores, lo habéis adivinado.
Hablo de los microrrelatos.
Tengo que decir, porque si no faltaría a la
verdad, que soy una fan de este tipo de narrativa (este blog es clara muestra de ello, pues
contiene un número apreciable de ejemplos), porque me parece que cumple con
creces las características de sus hermanos mayores, la novela, el relato o el
cuento. Es más, me atrevería a decir que para escribir en estos pequeños
formatos se necesita de unas dotes a veces especiales, que no todo escritor
tiene, como es sintetizar y comprimir en tan pequeño espacio un planteamiento,
un nudo y un desenlace que den lugar a una historia redonda.
A pesar de lo que nos pueda parecer, el
microrrelato no nace en nuestros días. Ya encontramos muestras que podrían
encuadrarse en este género en el antiguo Egipto, en los Bestiarios
de la Edad Media, en la fábulas grecorromanas o incluso algunos estudiosos han
considerado microrrelatos a las parábolas que Jesucristo narra extraídas, eso
sí, de manera individual del resto de los Evangelios.
En la literatura contemporánea encontramos
ejemplos más cercanos como los escritores Ramón Gómez de la Serna, Rubén Darío,
Vicente Huidobro y Julio Cortázar entre otros, destacando, claro está a Augusto
Monterroso, al que se le adjudicó la composición literaria más corta de la
historia durante años y que es por todos conocida: “cuando se despertó, el dinosaurio todavía
estaba allí”.
Pero como en esto de la literatura gustamos del
rizar el rizo, en la actualidad el cetro de brevería lo porta un
minicuento del español Juan Pedro Aparicio denominado Luis XIV:“Yo”.
No cabe duda que en los tres ejemplos que hemos
ido señalando la concisión y sobre todo la elipsis adquiere su máxima
importancia, llevada en el caso de Aparicio hasta el extremo de reducir toda la
historia una sola palabra. No obstante es necesario, también, de la complicidad
del lector y de su proactividad para que el relato se complete. Si volvemos al
caso de Luis XIV es necesario que haya un conocimiento de las
características absolutistas de este rey para comprender esa única y explicita
palabra, síntesis del egocentrismo. Los títulos, como en el caso
anterior, también adquieren su importancia porque resultan, en muchas
ocasiones, ser clave para la comprensión del resto del texto.
Para predicar con el ejemplo con el que abría
este artículo, voy terminando. Hoy en día hay autores muy buenos de este género
que merecen la pena que los leamos porque nos cuentan historias de amor, de
humor, de terror incluso, condensadas en pequeñas píldoras muy fáciles de
digerir y que nos dejarán un muy sabroso y variado regusto literario,
como si de una bandeja de ricos canapés se tratara, sin tener que recorrer
seiscientas páginas para saber el desenlace y si comerán perdices.
Sed felices
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