Hace muchos años, tantos que yo era una niña, en TVE, la única televisión entonces, se lanzó una campaña que llevaba como eslogan "Piense en los demás".
Esta campaña tenía como fin mostrar en distintas situaciones como nuestra conducta puede molestar y distorsionar la convivencia, para con ello crear hábitos de lo que se denomina "urbanidad".
Los ejemplos eran variopintos: desde la manida cesión de asiento en el autobús o metro a quien por edad, estado de gestación o disminución física lo necesitaba, pasando por no fumar en lugares no idóneos, sujetar las puertas a quien viene detrás, no gritar en público, o no tirar desperdicios, entre otros.
Viajando hace poco en el metro me vino esta campaña a la cabeza. Dos chicas, casi unas niñas, estaban sentadas con los pies puestos en los asientos situados frente a ellas. Les llamé la atención, haciéndolas ver que si algún pasajero, incluida yo, se sentaba se mancharía la ropa. Es imposible que la suela de unos zapatos no tenga algo de suciedad que, sin lugar a dudas, queda en el asiento.
Las caras de las dos jóvenes eran un poema. Me miraron como si les estuviera hablando en chino. Pero lo curioso es que esa sorpresa también se pintaba en el rostro de los demás viajeros, como si el haber señalado una mala conducta fuera extraordinario.
Aunque no sé de que me extraño. He tenido que escuchar que no pasaba nada por llevar a los perros sueltos, y que quien le diera miedo, pues que fuera al psiquiatra. O que las paredes se llenen de pintadas nada más limpiarlas. O que se juegue al balón en zonas en dónde no está permitido porque causan molestias a los vecinos. O no se tire la basura en el contenedor.
Creo que en una sociedad en donde se ha hecho tanto hincapié en fomentar la solidaridad queda todavía mucho camino. Y pienso que es por la falsa concepción de que lo público no es de nadie, de que las normas solo se cumplen cuando te meten un buen arreón al bolsillo y no porque mejoren la convivencia.
Tal vez haya que volver a resucitar esa campaña para que se tome más conciencia de que los demás también somos nosotros.
Sed felices!
Esta campaña tenía como fin mostrar en distintas situaciones como nuestra conducta puede molestar y distorsionar la convivencia, para con ello crear hábitos de lo que se denomina "urbanidad".
Los ejemplos eran variopintos: desde la manida cesión de asiento en el autobús o metro a quien por edad, estado de gestación o disminución física lo necesitaba, pasando por no fumar en lugares no idóneos, sujetar las puertas a quien viene detrás, no gritar en público, o no tirar desperdicios, entre otros.
Viajando hace poco en el metro me vino esta campaña a la cabeza. Dos chicas, casi unas niñas, estaban sentadas con los pies puestos en los asientos situados frente a ellas. Les llamé la atención, haciéndolas ver que si algún pasajero, incluida yo, se sentaba se mancharía la ropa. Es imposible que la suela de unos zapatos no tenga algo de suciedad que, sin lugar a dudas, queda en el asiento.
Las caras de las dos jóvenes eran un poema. Me miraron como si les estuviera hablando en chino. Pero lo curioso es que esa sorpresa también se pintaba en el rostro de los demás viajeros, como si el haber señalado una mala conducta fuera extraordinario.
Aunque no sé de que me extraño. He tenido que escuchar que no pasaba nada por llevar a los perros sueltos, y que quien le diera miedo, pues que fuera al psiquiatra. O que las paredes se llenen de pintadas nada más limpiarlas. O que se juegue al balón en zonas en dónde no está permitido porque causan molestias a los vecinos. O no se tire la basura en el contenedor.
Creo que en una sociedad en donde se ha hecho tanto hincapié en fomentar la solidaridad queda todavía mucho camino. Y pienso que es por la falsa concepción de que lo público no es de nadie, de que las normas solo se cumplen cuando te meten un buen arreón al bolsillo y no porque mejoren la convivencia.
Tal vez haya que volver a resucitar esa campaña para que se tome más conciencia de que los demás también somos nosotros.
Sed felices!
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