
Elisa y ella, solas en ese inmenso jardín, bajo la luna llena que ya asomaba por encima de los árboles. De fondo el canto de la chicharra también excitada por el calor.
Besos profundos. Manos hambrientas que despojarían de sus vestidos los cuerpos palpitantes . Y, entonces, poder saborear por fin cada rincón, cada resquicio, despacio, como se vierten las gotas de miel sobre una rebanada de pan fresco.
Sentir el pálpito del éxtasis en sus bocas, y quedar exhaustas y jadeantes, tumbadas una al lado de la otra, contemplando el firmamento.
Ingrid no resistía más. Aprovechando que el público estaba extasiado, siguiendo la interpretación, se retiró lo más sigilosamente que pudo, hasta perderse en las sombras de la noche.
(Fragmento del relato Para Elisa, que forma parte de mi obra inédita Nacidos bajo el signo de Eros)
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