El alcalde del pueblo empezaba a plantearse
clausurar las sesiones de cine al aire libre en aquel verano.
Cada semana
se producía un seísmo cuando la furgoneta llegaba y bajaban el proyector
y los grandes rollos de película. Todo se paralizaba. No importaba que hubiera
una misa de difuntos, naciera un niño o un ternero. Los vecinos corrían al
corral, llevando cada uno una silla para sentarse ante la sábana blanca que
servía de pantalla.
Pero eso no era lo peor. Por lo que el primer
edil estaba pensando seriamente terminar era por las secuelas que dejaban las
sesiones cinematográficas, en las que se mezclaban películas ya veteranas con
otras de mayor actualidad.
Al sábado siguiente de proyectarse Tiburón, hubo quien dijo haber visto una
aleta asomándose en el agua del pantano, cuando en semejante acuífero solo se
criaban carpas, grandes sí, pero en ningún momento confundibles con un escualo.
Y, claro, ni dios bajo a bañarse ese fin de semana, con el consiguiente cabreo
de Manolo, el del quiosco, que no vendió ni un botellín.
Ahí no acabó la cosa. Ramiro, a quien la naturaleza le había dado una corta
estatura, que ya le venía de antes, pues a su abuelo le llamaban “retaco”,
amenazaba con meterle dos hostias a quien no le reconociera como una habitante
de la Tierra Media. Eso sucedió justo después de haber visto una maratón del Señor de los anillos. Y todavía sigue
empeñado en que es un hobbit.
Pero la gota que rebosó el vaso sucedió en la última sesión. Para los niños trajeron Babe, el cerdito valiente. Y, si alguno conoce de qué va la película, se pueden imaginar las consecuencias: el pueblo se ha llenado de cochinos paseados por sus dueños como si fueran perros. Los miman, cuidan y arrullan, que ya quisieran muchas mascotas ser tratadas con tanto mimo.
Pero la gota que rebosó el vaso sucedió en la última sesión. Para los niños trajeron Babe, el cerdito valiente. Y, si alguno conoce de qué va la película, se pueden imaginar las consecuencias: el pueblo se ha llenado de cochinos paseados por sus dueños como si fueran perros. Los miman, cuidan y arrullan, que ya quisieran muchas mascotas ser tratadas con tanto mimo.
El alcalde se teme lo peor, y por eso quiere
cortar por lo sano. Cuando llegue San Martín no va haber ni un jamón, ni un
chorizo ni una pizca de embutido que llevarse a la boca.
Tenían que haber proyectado Amanece que no es poco, les habría cambiado la vida.
ResponderEliminarSin duda, Javier, jajajaj...
ResponderEliminarAbrazos.