Hace años el arquetipo del español que pululaba por Europa, o eso era por lo menos lo que decía las malas lenguas, era el de un hombre bajito y persistentemente cabreado. La encarnación del mismo era Alfredo Landa, grandísimo actor que en gloria esté.
El paso del tiempo ha variado uno de los dos términos. Los españoles ya no somos bajitos, pero seguimos estando cabreados, muy cabreados. O por lo menos, una parte de ellos.
Esto, mis queridos lectores, viene a colación por la experiencia vivida ayer en un recital de poesía en el que tuve la oportunidad de participar.
Como muchos sabéis este tipo de actos consiste en que los poetas declamamos, con mayor o menor fortuna, alguno de nuestros poemas: de amor, de desamor, de frío, incluso alguno erótico en el que el poeta preguntaba a una hipotética pareja sobre la cualidad de su orgasmo.
Voces suaves, templadas, que envolvían los versos hasta que llegaron las lecturas de los poetas jóvenes. Y ahí, incomprensiblemente, el recital se convirtió en una ordalía de cabreo y gritos.
¡Qué ira!, ¡qué borbotones de palabras, de insultos! Incluso una de las poetas terminó llorando ante su propia rabia.
Mientras contemplaba este espectáculo nació en mí una mezcla de ternura y pena. Porque eran muy jóvenes y transmitían mucha frustración.
Supongo, para mi tristeza, que lo que vi y escuché ayer fue la escenificación de la situación en que están una gran cantidad de jóvenes, que piensan que la vida, su corta vida, les ha traicionado y no tienen más recursos que gritar.
Y eso a mí también me cabrea.
Sed felices.
El paso del tiempo ha variado uno de los dos términos. Los españoles ya no somos bajitos, pero seguimos estando cabreados, muy cabreados. O por lo menos, una parte de ellos.
Esto, mis queridos lectores, viene a colación por la experiencia vivida ayer en un recital de poesía en el que tuve la oportunidad de participar.
Como muchos sabéis este tipo de actos consiste en que los poetas declamamos, con mayor o menor fortuna, alguno de nuestros poemas: de amor, de desamor, de frío, incluso alguno erótico en el que el poeta preguntaba a una hipotética pareja sobre la cualidad de su orgasmo.
Voces suaves, templadas, que envolvían los versos hasta que llegaron las lecturas de los poetas jóvenes. Y ahí, incomprensiblemente, el recital se convirtió en una ordalía de cabreo y gritos.
¡Qué ira!, ¡qué borbotones de palabras, de insultos! Incluso una de las poetas terminó llorando ante su propia rabia.
Mientras contemplaba este espectáculo nació en mí una mezcla de ternura y pena. Porque eran muy jóvenes y transmitían mucha frustración.
Supongo, para mi tristeza, que lo que vi y escuché ayer fue la escenificación de la situación en que están una gran cantidad de jóvenes, que piensan que la vida, su corta vida, les ha traicionado y no tienen más recursos que gritar.
Y eso a mí también me cabrea.
Sed felices.
Hola de nuevo.
ResponderEliminarQuiero vivir, quiero gritar.... independientemente de la estatura. Lo digo desde una posición de casi dos metros. Je¡Je¡
Saludos para grandes y pequeños.
A ver si te pasas por mi blog. Me gustaría conocer tu opinión.
http://eraseunhombre.blogspot.com.es/
¡Feliz finde!