Recupero este artículo que ya fue publicado en su día en la revista cutural El Ballet de las palabras, con ocasión de la conmemoración de la publicación de la obra de Lewis Carrol.
Siempre quise
ser Alicia. Desde el primer instante en
el que leí el cuento de esa niña que, cayendo por el hueco de un árbol, llegó a
un país absurdo pero maravilloso.
Me parecía que
de todos los cuentos e historias infantiles que alcanzaban mis manos la que tenía más posibilidades de ser verdad
era esa. De hecho, recuerdo que me dedicaba a menudo a asomarme cualquier hueco que
encontraba en los árboles por si era la puerta a ese mundo plagado de
personajes que me fascinaban.
Cuando fui creciendo,
siguió en mí ese anhelo. Como en otros, que se niegan a crecer asemejándose a
Peter Pan, yo sufro el síndrome de los mundos paralelos. Esos que existen en el país de las Maravillas y , sobre todo, a través del espejo.
Tal vez ese
sentido de la fantasía como vehículo para comprender la realidad me ha hecho ver el personaje de Alicia como mi alter ego desde muy temprana edad.
Sé, como no
saberlo, que lo descrito en la novela no deja de ser la fantasía de un escritor dedicada a una niña aburrida ante una lección de Historia en un día de
verano, . No obstante me fascina la
capacidad de encontrar esa salida hacia
otra dimensión para entender
quizá mejor lo que queda aquí.
Me gustaba , cuando era una niña que vivía en el centro de una gran urbe, más o menos de la edad de nuestra
protagonista, que
Alicia no fuera una princesa que,
después de muchos avatares, encontrará el amor en brazos de un príncipe azul y
cumpliera así su destino. Me agradaba porque era una niña llevada por su curiosidad, como
yo lo era, envuelta en una gran
aventura, la que yo anhelaba.
Tal vez ese sea
todo el resumen de quienes, ya adultos, buscamos en la fantasía y la imaginación la salida para este
mundo cotidiano que nos harta y agobia igual que una bochornosa tarde de
verano. No buscamos príncipes azules ni finales felices, sino contar y vivir
aquello que nos enciende la antorcha de la pasión.
Sí, siempre quise
ser Alicia . Me gusta pensar una secuela en la que la pequeña niña se hace mujer sin perder esa capacidad de imaginar, sin doblegarse al terrible mandato de que madurar significa
encadenarnos al suelo de la realidad. Me gusta pensar que Alicia decidió un día
escribir historias, como yo, que ayudaran a otros a comprender que no hay nada
de absurdo en gatos que sonríen como medias lunas, huevos que hablan, o reinas
de corazones que, presas de un furor tiránico, se dedican a descabezar naipes. Lo
incomprensible es levantarnos cada
amanecer con el horizonte a la altura de las narices, el conformismo a la
altura del corazón y el cansancio como traje habitual.
Sigo buscando al
conejo blanco todos los días. Lo busco a través de las palabras. Lo busco a
través de las historias que encuentro en ese otro mundo que invento y reinvento
y al que voy y vengo.
Para terminar
solo un pequeño fragmento que creo es el meollo de todo lo que he intentado
expresar. Hablan Alicia y el Gato de Cheshire.
-
(…) Pero yo no
quiero mezclarme con locos- recalcó Alicia.
-
¡Estupendo!, pero
eso resulta inevitable- repuso el Gato-, aquí estamos todos locos. Yo estoy
loco. Tú estás loca.
-
¿Cómo está tan
seguro de que yo estoy loca?- dijo Alicia.
-
Tienes que
estarlo- repuso el Gato- o no habrías venido hasta aquí.
Yo como el gato
de Cheshire asumí hace tiempo mi propia locura: no sé otra manera de mantenerme
cuerda.
Sigo queriendo
ser Alicia.
Sed felices.
La cordura de unos es la locura de otros. Lo importante es ser feliz con uno mismo. Saludos y felicidades por el blog.
ResponderEliminarLa cordura de unos es la locura de otros. Lo importante es ser feliz con uno mismo. Saludos y felicidades por el blog.
ResponderEliminarMuchas gracias,Aida. Saludos.
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