domingo, 15 de noviembre de 2015

La última Cruzada



Hace ya bastantes años dediqué un periodo de mi vida profesional a impartir español para extranjeros. Uno de los grupos a los que tenía eran trabajadores magrebíes que habían venido a España para buscar trabajo.
Recuerdo que en una de las clases surgió el tema de la influencia musulmana en la cultura española, tanto en la lengua como en el arte o en la ciencia. Me detuve a considerar con ellos cuánto todavía permanecía en nuestra sociedad occidental, en nuestra idiosincrasia, de esa cultura desarrollada en la península Ibérica durante ochocientos años. Hablamos de Al-Andalus, del Califato de Córdoba, de esa maravilla que supone la Alhambra de Granada. Ochocientos años, mucho tiempo para no llevar en nuestro mapa vital genes comunes. 

Pero parece ser cierto que el ser humano no aprende. En vez de apelar a aquello que tenemos en común, hemos vuelto a considerarnos enemigos, a enarbolar los pendones  de una nueva Cruzada , de una nueva Guerra Santa sin sentido.

Se blande la el nombre de Dios como bandera para llevar a cabo actos que no son más que barbaridades nacidas de la mentes enfermas y manipuladas por quienes ven en el estado islámico la solución y absolución de sus problemas y pecados, cuando no son  más que meros títeres en manos de crípticos intereses.

Porque hay más, mucho más, estoy segura, detrás de todo este sinsentido. Mercados oscuros de armas, tráficos de drogas, control del petróleo subyacen como serpientes en sus nidos prestos a morder a través de atentados como los sufridos en París.Monstruos que entonan versículos del Corán y empujan a niños a inmolarse en nombre de Alá.

Aunque, no nos engañemos, Occidente no es mucho mejor. Nosotros machacamos a los débiles entonando otros versículos cifrados en las cotizaciones de la Bolsa y adoramos a otros dioses, los Mercados, como los verdaderos. Empujamos a la desesperación a muchos, recortándoles los salarios, desahuciándolos; a otros les condenamos a muerte mientras pensamos si pactamos o no con las farmacéuticas. Cerramos las fronteras, colocamos trampas mortales para alejar a  aquellos que pensamos pueden robarnos el nuevo Santo Grial.

No cabe duda que lo de París ha sido una barbaridad que no entra en la cabeza de gente de bien. Pero no olvidemos que en otros lugares las libertades se nos están muriendo por no comer, por no aprender, por no tener esperanza.

Sed felices

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