Hace ya
bastantes años dediqué un periodo de mi vida profesional a impartir español
para extranjeros. Uno de los grupos a los que tenía eran trabajadores magrebíes
que habían venido a España para buscar trabajo.
Recuerdo que en
una de las clases surgió el tema de la influencia musulmana en la cultura
española, tanto en la lengua como en el arte o en la ciencia. Me detuve a
considerar con ellos cuánto todavía permanecía en nuestra sociedad occidental,
en nuestra idiosincrasia, de esa cultura desarrollada en la península
Ibérica durante ochocientos años. Hablamos de Al-Andalus, del Califato de Córdoba,
de esa maravilla que supone la Alhambra de Granada. Ochocientos años, mucho
tiempo para no llevar en nuestro mapa vital genes comunes.
Pero parece ser
cierto que el ser humano no aprende. En vez de apelar a aquello que tenemos en
común, hemos vuelto a considerarnos enemigos, a enarbolar los pendones de una nueva Cruzada , de una nueva Guerra
Santa sin sentido.
Se blande la el
nombre de Dios como bandera para llevar a cabo actos que no son más que
barbaridades nacidas de la mentes enfermas y manipuladas por quienes ven en el
estado islámico la solución y absolución de sus problemas y pecados, cuando no
son más que meros títeres en manos de crípticos
intereses.
Porque hay más,
mucho más, estoy segura, detrás de todo este sinsentido. Mercados oscuros de
armas, tráficos de drogas, control del petróleo subyacen como serpientes en sus
nidos prestos a morder a través de atentados como los sufridos en París.Monstruos que entonan versículos del Corán y empujan a niños a inmolarse en
nombre de Alá.
Aunque, no nos
engañemos, Occidente no es mucho mejor. Nosotros machacamos a los débiles
entonando otros versículos cifrados en las cotizaciones de la Bolsa y adoramos
a otros dioses, los Mercados, como los verdaderos. Empujamos a la desesperación
a muchos, recortándoles los salarios, desahuciándolos; a otros les condenamos
a muerte mientras pensamos si pactamos o no con las farmacéuticas. Cerramos las
fronteras, colocamos trampas mortales para alejar a aquellos que pensamos pueden robarnos el nuevo
Santo Grial.
No cabe duda que
lo de París ha sido una barbaridad que no entra en la cabeza de gente de bien.
Pero no olvidemos que en otros lugares las libertades se nos están muriendo por
no comer, por no aprender, por no tener esperanza.
Sed felices
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