Sí, el amor causa más víctimas que muchas guerras o epidemias. No me refiero a las muertes que suceden en manos de aquellos animales que confunden amar con poseer y llevan a la práctica el "mía o de nadie". Tampoco a las muertes por celos. No, me refiero a que el amor mata el alma y la ilusión.
En mi libro Momentos de arena y hielo, el poema Amores viene a decir sobre esto: "Hay amores que matan/ y otros que mueren matando."
Últimamente veo demasiados cadáveres asaeteados de mala manera por las flechas de ese niño morcillón que llamamos Cupido. Flechas que en vez de atravesar el corazón, para inflamarlo de pasión, se han incrustado en la cabeza para llenarla de ideas pesimistas, oscuras y falta de ilusión.
En ocasiones creo que a los escritores nos deberían de llamar al orden. Somos un auténtico peligro social a la hora de contar historias o escribir poemas que desatan la imaginación y hacen que nuestros lectores cifren sus esperanzas en un amor eterno.El amor es eterno, sí, mientras dura, que, en una gran cantidad de ocasiones, suele ser una media de catorce años, según las estadísticas.
Entonces, en vez de marchar lentamente y en silencio al cementerio de los amores, muta en un virus, el desamor, que ataca cada célula de nuestro cuerpo, cada neurona de nuestra mente, y nos convierte en unas piltrafillas dolientes. Si el amor pudiera empaquetarse como los cigarrillos, debería llevar una etiqueta, al igual que ellos: "el amor mata".
Pero los seres humanos somos incorregibles, y queremos enamorarnos y sentir ese subidón de adrenalina, esas endorfinas desatadas en los besos, en los abrazos, en las miradas. Soñamos con noches inacabables de amor, esas que con las que los escritores y poetas, ya nos vale, iluminamos páginas y páginas de libros.
Como diría el maestro Sabina: "Y morirme contigo sin te matas, y matarme contigo si te mueres. Porque el amor cuando no muere mata..."
Sed felices.
En mi libro Momentos de arena y hielo, el poema Amores viene a decir sobre esto: "Hay amores que matan/ y otros que mueren matando."
Últimamente veo demasiados cadáveres asaeteados de mala manera por las flechas de ese niño morcillón que llamamos Cupido. Flechas que en vez de atravesar el corazón, para inflamarlo de pasión, se han incrustado en la cabeza para llenarla de ideas pesimistas, oscuras y falta de ilusión.
En ocasiones creo que a los escritores nos deberían de llamar al orden. Somos un auténtico peligro social a la hora de contar historias o escribir poemas que desatan la imaginación y hacen que nuestros lectores cifren sus esperanzas en un amor eterno.El amor es eterno, sí, mientras dura, que, en una gran cantidad de ocasiones, suele ser una media de catorce años, según las estadísticas.
Entonces, en vez de marchar lentamente y en silencio al cementerio de los amores, muta en un virus, el desamor, que ataca cada célula de nuestro cuerpo, cada neurona de nuestra mente, y nos convierte en unas piltrafillas dolientes. Si el amor pudiera empaquetarse como los cigarrillos, debería llevar una etiqueta, al igual que ellos: "el amor mata".
Pero los seres humanos somos incorregibles, y queremos enamorarnos y sentir ese subidón de adrenalina, esas endorfinas desatadas en los besos, en los abrazos, en las miradas. Soñamos con noches inacabables de amor, esas que con las que los escritores y poetas, ya nos vale, iluminamos páginas y páginas de libros.
Como diría el maestro Sabina: "Y morirme contigo sin te matas, y matarme contigo si te mueres. Porque el amor cuando no muere mata..."
Sed felices.
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