Hace ya unas semanas tuve la oportunidad de leer un interesante artículo acerca del origen genético de la felicidad. Estaba basado en datos que se desprendían de diversos estudios hechos con gemelos separados quienes, aún viviendo en distintos lugares y en circunstancias diferentes, coincidían en aspectos, gustos y tendencia a ser o no felices.
La conclusión que aportaba era que existe una predisposición genética que determinaba la capacidad del ser humano de sentirse satisfecho o no con su vida. De tal manera que el hecho, por todos anhelado de un premio a la lotería, para el que es un cenizo modificará su visión vital durante un periodo de tiempo, volviendo después a sentirse amargado. Por el contrario, las personas optimistas, mantienen episodios de tristeza durante un tiempo corto, al cabo del cual recuperan su tono.
Quizá sea cierto. Observando mi propio ecosistema familiar, hay dos grupos muy determinados. Los que hacen de su vida una angustia perpetúa (si me están leyendo un beso, porque saben que les quiero) y aquellos que pensamos que mientras no se demuestre lo contrario, para una vida que tenemos debemos vivirla a tope. De esa cuerda eran mi padre y mi abuela. A ésta última parece ser me parezco cada día más. Sería una suerte ya que que vivió y disfrutó hasta los noventa años. Y era ella la que ante una dificultad, sobre todo económica, a la que había que hacer frente con dinero, decía: "benditos mis bienes que remedian mis males". Bien, pues yo para terminar, modificaría en algo esta sentencia:
"Benditos mis genes...."
Sed felices
La conclusión que aportaba era que existe una predisposición genética que determinaba la capacidad del ser humano de sentirse satisfecho o no con su vida. De tal manera que el hecho, por todos anhelado de un premio a la lotería, para el que es un cenizo modificará su visión vital durante un periodo de tiempo, volviendo después a sentirse amargado. Por el contrario, las personas optimistas, mantienen episodios de tristeza durante un tiempo corto, al cabo del cual recuperan su tono.
Quizá sea cierto. Observando mi propio ecosistema familiar, hay dos grupos muy determinados. Los que hacen de su vida una angustia perpetúa (si me están leyendo un beso, porque saben que les quiero) y aquellos que pensamos que mientras no se demuestre lo contrario, para una vida que tenemos debemos vivirla a tope. De esa cuerda eran mi padre y mi abuela. A ésta última parece ser me parezco cada día más. Sería una suerte ya que que vivió y disfrutó hasta los noventa años. Y era ella la que ante una dificultad, sobre todo económica, a la que había que hacer frente con dinero, decía: "benditos mis bienes que remedian mis males". Bien, pues yo para terminar, modificaría en algo esta sentencia:
"Benditos mis genes...."
Sed felices
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