A pesar del tiempo que una lleva en este valle de lágrimas y alguna alegría que es la política, no acabo de acostumbrarme, mis queridos lectores, a esta forma de entender que la estrategia de mentir y falsear pueda dar réditos. Sobre todo réditos electorales. Sé mi queridos lectores que este es un tema del que ya he escrito hasta la saciedad, pero me niego a no insistir, e insistir...
No importa de qué administración estemos hablando: desde Pedro Sánchez hasta un concejal o concejala de cualquier ayuntamiento, todos están expuestos, por el solo hecho de ejercer un cargo público, a la difamación y vulneración del honor, sobre todo cuando no se puede atacar la acción política o la gestión.
Sé que para algunos puede sonar muy calderoniano, pero existe el derecho al honor, que junto al de la vida, es un patrimonio invulnerable del ser humano. La fundamentación legal del derecho al honor aparece en la Constitución Española, Capítulo Segundo (Derechos y libertades), Sección 1ª (De los derechos fundamentales y de las libertades públicas), artículo 18.1: 1. Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen.
Bien, pues este derecho comprensiblemente protegido por nuestra Carta magna es vulnerado una vez y otra en esta selva en que han convertido algunos la política, y, aunque en todas partes cuecen habas, suele darse mucho más en el ámbito de quienes se niegan a que la igualdad y la justicia social triunfen.
No importa que lo que se cuente de alguien sea falso o absurdo, que no se sostenga ni un minuto porque está tan lleno de contradicciones que más parece un teléfono escacharrado. Habrá quien lo compre por el solo hecho de poner al adversario a caer de un burro, o porque mejor que a mí me saquen un ojo para que al otro le saquen dos.
Faltas de educación, de respeto, mentiras, invenciones, difamaciones, declaraciones fuera de contexto, trufan los medios de comunicación y las redes sociales señalando y atacando a quienes no podrían serlo, como ya he señalado, por su éxito en la gestión . Da igual que se demuestre su mentira, no pasa nada, sale prácticamente gratis porque en muchas ocasiones se refugian detrás de ese burladero que denominamos libertad de expresión.
No sé quién es más culpable, si el que miente o el que le compra la mentira, porque de esta manera justifica tirar por tierra a aquel que odia profundamente y desea fervientemente ver muerto, aunque sea políticamente.
En este orden de cosas, en unos días, cuando se abra la puerta de las distintas citas electorales, veremos elevar a la enésima potencia todo lo que ya venimos soportando desde 2018, que no es otra cosa que la antidemocrática y desleal actitud de una parte de esta clase política sin, permitidme la redundancia, clase ninguna.
Esto que vivimos no es democracia, es, simplemente, el intento de socavamiento constante del Estado de bienestar por parte de quienes estarían felices en el sistema caciquil del siglo XIX, rodeados de “santos inocentes” que les besaran la mano y les llamaran “señoritu”.
No obstante, y ese es el consuelo de quienes creemos que el pueblo es soberano — más allá de las tertulias, de los tuits, de las mentiras y las fakes news—, nos quedan las urnas, esas que deben hacer callar tanta injusticia y hacer que triunfe la verdad. No hemos tenido mucho éxito el 28M pero, como el cartero siempre llama dos veces, nos espera el 23J... Tenemos , debemos y lo vamos a lograr.
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