domingo, 7 de junio de 2020

Desescalada mental

Mañana entramos en Madrid en la fase 2 de la desescalada. Confieso que me tengo que mirar con más detenimiento qué es lo que nos permite hacer que aún no podíamos. No obstante, a excepción de la mascarilla, a la que casi me he acostumbrado, y a no poder reunirme con más asiduidad con mi familia, esta primera fase no me ha sido muy costosa, por lo que asumiré las demás como vengan.

Otra cuestión es mi desescalada mental. Creo, me temo, que esa me va a costar más. 

No me refiero, mis queridos lectores, a ese temido síndrome de la cabaña, que sospecho no existe, como tampoco el llamado síndrome posvacacional, más allá de lo mal que sienta dejar las vaciones y volver al curro. No, no me refiero a eso. Ni tampoco a la capacidad de adaptación a esa nueva normalidad en la que se nos dice hemos de hurtar los besos y los abrazos, y eso que soy muy besucona... 

La desescalada mental a la que refiero es a  poder reunir los trozos de confianza que, hacia algunos semejantes, se ha convertido en un auténtico rompecabezas. En estos tres meses he visto y he descubierto en persona,s de las que nunca lo esperaría, una cara que no me gusta nada. Sobre todo porque en vez de primar el sentimiento, el cariño, el respeto,  han antepuesto el odio más visceral hacia aquello que soy y que represento.

Quien habitualmente me sigue sabe de qué pie "cojeo" sin ambages. Es más, cuando ante mis propias narices han hablado de la incapacidad de los políticos, no es que me diera de refilón, sino que me pega de plano, porque yo soy política y en ejercicio. Y cuando he visto hastag llamando al PSOE criminal o a su secretario general y presidente del gobierno sepulturero, me dolía en el alma porque yo milito en el partido (soy militanta, no solos afiliada) y "pedrista".

Han sido semanas de insultos, infamias, bulos, ataques de todo tipo ante un esfuerzo ímprobo de contener a un enemigo que nos había tomado con alevosía. Nos decribieron los síntomas: tos, dolor de garganta, fiebre.... Pero nadie nos dijo que el odio, un odio cainita e irracional también se iba a manifestar para envenenar la convivencia, fruto de una conspiración de gentes malas que iban a aprovechar nuestra vulnerabilidad para arrebatarnos la democracia. También, muchos de los que creía gente de bien apoyaron y aplaudieron este ataque frontal e injusto.

Por eso, mis queridos lectores, la inquietud no me la causa el tener que convivir con la distancia social, la mascarillas, o el codo por un beso... Eso, al final, pasará. Ni siquiera me produce un temor extremo los repuntes. Sí tengo miedo de no ser capaz de recoser esas costuras por dónde he visto irse mi confianza y mi estima hacia ciertas personas que me han dañado, que han dañado gratuítamente cundo más falta hacía la unión y la solidaridad.

Es una vez más cuando he de buscar en mi interior mis valores más arraigados, y ser capaz no de olvidar, sino de perdonar sin rencor.




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