A veces los seres humanos carecemos del sentido de la ponderación, de conocer, realmente qué es lo importante, para pararnos en aquello que nos produce disfunción a nuestro propio ombligo, o nos ponemos a reivindicar lo que no toca.
Esto no va de señalar a quien ha tenido un comportamiento dehonroso cuando se le suponía, o mejor dicho se le exigía que fuera otro. Tampoco de que nos levantemos con el sistema de Estado cambiado, mientras tenemos en las UCIs a compratiotas luchando por su vida, mientras otros, en una pelea menos trágica, intentamos mantener la calma a pesar de los agoreros, de los pesimismtas vestidos de realismo, de los virólogos intitulados, de los cientos de "presidentes de gobierno" que ya conocían la situación incluso antes de que sucediera, y que ahora se sacan su frustación a tirones denostando todo lo que se está haciendo.
Decía William Shakespeare que lo que temía no era su miedo sino el miedo de los demás, porque ese no lo podemos controlar, y lo mismo hace que se vacíen los supermercados con una bolsa de plástico en la cabeza, como que se roben mascarillas, o se lancen bulos constantes en las redes con el solo objetivo de destruir los pequeños escudos de voluntad y firmeza que tejemos cada día.
Nadie se había imaginado esto, nadie. Pero en otro tiempo, el tiempo, valga la redundancia, estaba lleno de tragedias personales que pasaban desapercibidas en el devenir diario: deshaucios, violencia contra las mujeres, empleo precario, ancianos muriendo en soledad, listas interminables de espera para ser antendidos por la Sanidad pública, recortes en la educación, migrantes muriendo en pateras... Una lluvia fina que a muchos les calaba hasta los huesos .Ahora hemos de afrontar un temporal que nos está empapando todos, aunque algunos sigamos abriendo los paraguas de la esperanza.
Pero no nos afectaban porque teníamos trabajo, viviamos cómodamente, llenábamos los carritos y nuestros hijos conocían al dedillo los pasillos de los centros comerciales. Un realidad en la que Primar se había convertido en la catedral del consumo. Porque es eso, en definitiva lo que nos han quitado a quienes, por suerte, aún no padecemos la enfermedad: la posibilidad de consumir; pero no la vida.
Cuando esto pase espero hacer balance y encontrar que mi actitud fue la de ser responsable con la sociedad, y haber contribuido a hacer más llevadera esta situación. Haber sido paraguas y no granizo.
Y eso es lo único importante. Lo demás, puede esperar.
No ser parte del problema. Un beso
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