sábado, 27 de abril de 2019

Reflexión en voz alta

Hoy es sábado de reflexión. El día que la Junta electoral nos marca para que sino  lo tenemos decidio aún, meditemos sobre la tendencia de nuestro voto, o tal vez, como es mi caso, si ya lo tenemos más que claro reflexionemos sobre lo que puede ser el lunes 29 de abril, y, si me lo permitís, querido lectores, lo haré en voz alta.

Parafraseando los "misterios del santo rosario" , para los jóvenes seguro que desconocido, su amanecer puede ser de gloria o doloroso. Doloroso para todos, nos solamente para aquellos que hemos apostado por unas políticas progresistas y un mantenimiento del estado de bienestar, sino tambien para quienes votando a la derecha, a la ultraderecha, verán como son olvidado a los pocos días si su estatus social es de clase media tirando a baja. 

Muchos que arengan sobre la necesidad de mantener España unida, sobre recuperar nuestras esencias, sobre volver a la Reconquista, se olvidan de que un Estado necesita recaudar dinero para mantener unos servicios que de otra manera serán acaparados por empresas privadas, multinacionales  sanitarias, instituciones educativas sectarias, en las que ellos no tendrán cabida porque no tienen ingresos.

El tan manido tópico del obrero de derecha puede ser incluso obviado, porque de lo que hablamos es de retroceder a la España del siglo XIX. 

Cuando Pablo Iglesias Posse fundó el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) el 2 de mayo de 1879 España era un país atrasado y en donde el caciquismo campaba a sus anchas. Ardua tarea la del socialismo y los partidos de izquierda en querer sacudir esa lacra que, como una lapa a una roca, se agarra desde hace dos siglos a nuesto sistema político. Nunca se ha ido.

Ese caciquismo basado en una red clientelar de favorecer a los suyos, a los familiares más cercanos, brindándoles la oportunidad de negocio, de enriquecerse a través de lo público. El caciquismo de Fabra en Valencia, de la Gurtel, de Aguirre en Madrid. Y siempre aupados por los votos de quienes se contentaban con ganar mil euros de peón en una obra mientras que el patrón lo multiplicaba por doscientos. Se llamen franquistas, Alianza, Popular, PP o Vox siempre han estado. Y cuando no han podido manipular es porque fueron frenados por los votos.

No son políticos, son caciques, que como a los tiburones la sangre les excita el poder y el control del más débil. Les pone saberse con el poder, y si por ellos fuera, volverían a poner de moda el saludo de rodillas.

Pero en todo ese subayace un tremendo complejo de inferioridad del que se sabe más ignorante, menos preparado, más vulnerable. Es el odio del que no entiende a quien no teme al extrajero, al de condición sexual diferente, a la mujer, o al advesario político porque sus valores y principios se basan en compartir y en trabajar para todos y todas. Casi siempre se odia a quien se envidia.

Acabo esta reflexión con una anécdota que siempre, desde pequeña, me ilustó sobre el pago del tirano a quien le encumbra. Es la del asesinato de Viriato  sus amigos Áudax, Minuros y Ditalcos. Cuando estos fueron a cobrar su recompensa, el general romano le contestó: "Roma no paga a traidores".

No, la ultraderecha no pagará a quienes, traicionando los principios de la democracia, la apoya con sus votos. Cuando se vea sentada en el Congreso de los diputados los volverá la espalda porque habrá conseguido lo que quería, y el empleo, la pobreza, la desigualdad no serán más que anécdotas de las que se reírán a partir del cuarto gin-tonic.

Sed felices.





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