A veces, solo a veces, cuando viajo en metro, en ese largo recorrido que hago en la línea 9 escribo algunas pequeñas observaciones. Esta es una muestra.
"Todos los días,
cuando regresaba, se lo encontraba con su acordeón. Le gustaba su música, con
ecos de tango y melancolía. Nunca le dió ni un euro.
Aquella tarde no le vio. Sin saber por qué, se sintió culpable..."
Aquella tarde no le vio. Sin saber por qué, se sintió culpable..."
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“Apenas les separan
tres centímetros y, sin embargo, desconocen su nombre y su tarea, no saben
cuáles son sus sueños. Apenas cabe una mano entre ellos y son ajenos a sus
vidas que, seguramente, no volverán a encontrarse, en ese espacio contiguo de
un vagón de metro”.
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“El vagón de metro es
como un enorme intestino que al finalizar
el día digiere las esperanzas,
las desilusiones y el cansancio de todos, para reclamar su parte al amanecer”.
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“Tras años de investigación y de dinero
invertido en la misma, el Consejo de filólogos llegó por fin a una conclusión:
el idioma de imposible comprensión usado en la megafonía del metro de Madrid era ¡élfico!”.
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“El vagón de metro era
un muestrario de prendas desabrochadas, de calzado de verano con cazadoras de
invierno, de botas y sandalias. La primavera, esa Ofelia de las estaciones,
había sorprendido a todos con el calor tan deseado”.
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“Ella bajaba y el subía
por la escalera mecánica contraria. Durante un instante casi eterno sus miradas
se cruzaron. Fue solo un instante, solo un instante, para siempre”.
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