A menos de una hora de subir el telón, las actrices y los actores se afanan por memorizar las últimas instrucciones del director y de regiduría. Un nuevo teatro, un nuevo mapa de entradas y salidas, de "calles" formadas no por pavimento sino por cortinajes negros, que se convertirán en lugares, en casas, en montes. El patio de butacas, aún vacío, guarda un silencio sepulcral, casi místico, a la espera de la gran ceremonia de la representación.
Después los camerinos se llenan de bullicio, de preguntas al aire, de letanías de textos dichos "a la italiana", con algo de ansiedad por apresar esa frase que se resiste siempre, mientra que los rostros se cubren de maquillaje, el cabello se oculta tras las pelucas, y los nervios se esconden tras sonrisas y palmadas de ánimo.
A un minuto de comenzar la función el mundo se para tras el escenario. Solo se escucha el rumor del público amortiguado por las telas. Alguien suspira quedo. La tensión controlada es la de un caballo tras el portón que le da via libre a la carrera.
La recompensa siempre llega al final con el aplauso.
Sed felices
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