viernes, 10 de agosto de 2018

El pintor de desnudos (2)


(Continuación del relato. Entrada anterior el 5 de agosto 2018)

Una tarde de invierno, fría y grisácea como lo son las que acontecen en las grandes ciudades, en donde el vaho de los alientos se confunde con el humo de los automóviles, salió a dar un paseo. Había trabajado toda la mañana en el cuadro encargado por un famoso banquero en el que retrataba a la amante de turno. Uno más para su colección, a la que el pintor de desnudos había contribuido ya con dos obras.

Anduvo perdiendo el tiempo y los pasos por el bulevar durante una hora. Ya regresaba a casa cuando la vio, o, mejor dicho, cuando sus miradas se cruzaron. Nada más se podía atisbar de ella pues su cuerpo estaba cubierto por un grueso abrigo, su cabeza por un gorro de lana y su rostro envuelto en una bufanda. Solo los ojos resplandecían como dos ascuas, oscuras y profundas. 

Ella pasó de largo, indiferente a la impresión que había causado. El pintor de desnudos quedó quieto, como paralizado en medio de la calle durante unos segundos, hasta que la posibilidad de perderla entre el gentío le hizo reaccionar. Aceleró el paso hasta situarse a unos dos metros detrás de ella. Anduvieron una media hora, aparentemente sin destino fijo, recorriendo varias calles hasta que la mujer se detuvo frente a la puerta de un conocido café, punto de reunión de artistas e intelectuales. Pareció dudar unos instantes antes de empujar la puerta, por la que desapareció.

El pintor de desnudos atisbó por el ventanal, algo difícil ya que se encontraba prácticamente opaco por la condensación del interior. Podría haber dejado en ese momento esa especie de absurda aventura, pero algo en su interior se había removido, algo que pensaba estaba muerto hacía mucho tiempo.

Entró. Un golpe de aire caliente cruzó su rostro, a la vez que el aroma a bollería recién hecha y mantequilla le envolvió como una dulce tela de araña. Recorrió de un vistazo las mesas, en donde encontró más de un rostro conocido: el de un crítico, con el que había tenido algún que otro roce porque se vendía al mejor postor en sus reseñas; también vio a dos pintores, que eran pareja tanto en la vida real como en el arte, y que le tachaban de ser comercial, sobre todo porque ellos no vendían tanto com él. Sentada al fondo estaba la mujer. 

Se había despojado del abrigo, de la bufanda y del gorro. Pero a pesar de ello la ropa, un grueso vestido de lana y cuello alto, impedía ver más allá de su rostro, que hubiera sido bastante vulgar de no ser por sus ojos, que en ese momento parecían recorrer las páginas de un libro.

El destino es caprichoso y nos pone en situaciones que, dependiendo de nuestra capacidad de decisión, pueden o no dar un giro a nuestra vida. En este caso el hilo del que pendía la continuación de la historia era, simplemente,  que el pintor de desnudos se atreviera a acercarse a ella y a hablarle.Pero en vez de ello, ahí estaba, como un pasmarote en medio de la sala, ardiendo en deseos de decirle que en ese momento no había nada en el mundo que más ansiara que dibujar su  mirada.

(CONTINUARÁ)

2 comentarios:

  1. Pues que sigo deseando, seguir leyendo, aunque sea redundante, si puedo comprar el libro, lo haré, ya lo dije en la primera entrega, soy mayor y no tengo memoria para entregas. Gracias.

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  2. Gracias por tu interés. Lo que ocurre es que nunca será una novela, sino simplemente un cuento de verano. Un abrazo.

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