(Continuación del relato. Entrada anterior el 5 de agosto 2018)
Una tarde de invierno, fría y
grisácea como lo son las que acontecen en las grandes ciudades, en donde el
vaho de los alientos se confunde con el humo de los automóviles, salió a dar un
paseo. Había trabajado toda la mañana en el cuadro encargado por un famoso
banquero en el que retrataba a la amante de turno. Uno más para su colección, a
la que el pintor de desnudos había contribuido ya con dos obras.
Anduvo perdiendo el tiempo y los
pasos por el bulevar durante una hora. Ya regresaba a casa cuando la vio, o,
mejor dicho, cuando sus miradas se cruzaron. Nada más se podía atisbar de ella pues
su cuerpo estaba cubierto por un grueso abrigo, su cabeza por un gorro de lana
y su rostro envuelto en una bufanda. Solo los ojos resplandecían como dos
ascuas, oscuras y profundas.
Ella pasó de largo, indiferente a
la impresión que había causado. El pintor de desnudos quedó quieto, como
paralizado en medio de la calle durante unos segundos, hasta que la posibilidad
de perderla entre el gentío le hizo reaccionar. Aceleró el paso hasta situarse a
unos dos metros detrás de ella. Anduvieron una media hora, aparentemente sin
destino fijo, recorriendo varias calles hasta que la mujer se detuvo frente a
la puerta de un conocido café, punto de reunión de artistas e intelectuales.
Pareció dudar unos instantes antes de empujar la puerta, por la que
desapareció.
El pintor de desnudos atisbó por
el ventanal, algo difícil ya que se encontraba prácticamente opaco
por la condensación del interior. Podría haber dejado en ese momento esa
especie de absurda aventura, pero algo en su interior se había removido, algo
que pensaba estaba muerto hacía mucho tiempo.
Entró. Un golpe de aire caliente
cruzó su rostro, a la vez que el aroma a bollería recién hecha y mantequilla le envolvió como
una dulce tela de araña. Recorrió de un vistazo las mesas, en donde encontró
más de un rostro conocido: el de un crítico, con el que había tenido algún que
otro roce porque se vendía al mejor postor en sus reseñas; también vio a dos pintores,
que eran pareja tanto en la vida real como en el arte, y que le tachaban de ser comercial, sobre todo porque ellos no vendían tanto com él. Sentada al fondo estaba la
mujer.
Se había despojado del abrigo, de
la bufanda y del gorro. Pero a pesar de ello la ropa, un grueso vestido de lana
y cuello alto, impedía ver más allá de su rostro, que hubiera sido bastante
vulgar de no ser por sus ojos, que en ese momento parecían recorrer las páginas
de un libro.
El destino es caprichoso y nos
pone en situaciones que, dependiendo de nuestra capacidad de decisión, pueden o
no dar un giro a nuestra vida. En este caso el hilo del que pendía la
continuación de la historia era, simplemente, que el pintor de desnudos se atreviera a acercarse
a ella y a hablarle.Pero en vez de ello, ahí estaba,
como un pasmarote en medio de la sala, ardiendo en deseos de decirle que en ese
momento no había nada en el mundo que más ansiara que dibujar su mirada.
(CONTINUARÁ)
(CONTINUARÁ)
Pues que sigo deseando, seguir leyendo, aunque sea redundante, si puedo comprar el libro, lo haré, ya lo dije en la primera entrega, soy mayor y no tengo memoria para entregas. Gracias.
ResponderEliminarGracias por tu interés. Lo que ocurre es que nunca será una novela, sino simplemente un cuento de verano. Un abrazo.
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