Algunas de tamaño diminuto, con los bordes de encaje perfilado con tijeritas de uñas. Duermen el sueño de los justos en cajas de zapatos, en cajones de muebles envejecidos por los recuerdos, por la pátina del olvido, esperando ser rescatadas alguna tarde de lluvia y de añoranza.
Otras grandes, diplomas concedidos a quienes se casaron, hicieron la comunión, u obtuvieron ese título soñado. Serios y solemnes miran al fotógrafo desde sus marcos de luna envejecida, oteando sobre mesas de caoba, en huecos de librerías, apoyados en los lomos de enciclopedias ya obsoletas.
Muchas no nombran las caras, ni los paisajes, pues quienes los conocían sólo son ya una melancólica fotografía más en blanco y negro.
Sed felices.
Sí, hace unos meses hemos tenido una muerte en la familia y ello nos ha dado ocasión de ver muchas de esas fotos.
ResponderEliminarSon mudos testigos de aquellos que se fueron, sí.
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