Una tarde de primavera madrileña. La televisión en blanco y negro muestra unas imágenes que a la niña de unos siete u ocho años que las contempla le hacen cerrar los ojos de espanto. Sobre la arena un caballo yace destripado por las astas de un toro que un momento antes le ha corneado al entrar a la suerte de varas.
La niña está medio escondida tras un sillón, absolutamente espeluznada por lo que ven sus pupilas Minutos después el que cae al redondel, escupiendo sangre por una hemorragia interna causada por el estoque al perforar el pulmón , es el toro. Dos lágrimas ruedan por sus tiernas mejillas. La voz de su padre la saca de la estupefacción.
- ¿ Por qué lloras, cariño?
- Me da mucha pena el toro, y el caballo, papá... ¿ Por qué le tienen que matar?
- Cariño, eso es arte...
Arte... Más de cuarenta años después sigue sin entender qué hay de arte en la muerte cruel y convertida en un espectáculo de un animal tan bello y poderoso como el toro. Ha oído mil argumentos, algunos tan absurdos como que el toro en la lidia no siente dolor o que si no fuera por los espectáculos taurinos la raza de los toros de lidia se habría extinguido como los dinosaurios. Y ha sido testigo del disparate de convertir las corridas de toros en bien de interés cultural.
Más de cuarenta años después la niña que fue y la mujer que es se sigue estremeciendo ante tanta barbarie.
Sed felices.
La niña está medio escondida tras un sillón, absolutamente espeluznada por lo que ven sus pupilas Minutos después el que cae al redondel, escupiendo sangre por una hemorragia interna causada por el estoque al perforar el pulmón , es el toro. Dos lágrimas ruedan por sus tiernas mejillas. La voz de su padre la saca de la estupefacción.
- ¿ Por qué lloras, cariño?
- Me da mucha pena el toro, y el caballo, papá... ¿ Por qué le tienen que matar?
- Cariño, eso es arte...
Arte... Más de cuarenta años después sigue sin entender qué hay de arte en la muerte cruel y convertida en un espectáculo de un animal tan bello y poderoso como el toro. Ha oído mil argumentos, algunos tan absurdos como que el toro en la lidia no siente dolor o que si no fuera por los espectáculos taurinos la raza de los toros de lidia se habría extinguido como los dinosaurios. Y ha sido testigo del disparate de convertir las corridas de toros en bien de interés cultural.
Más de cuarenta años después la niña que fue y la mujer que es se sigue estremeciendo ante tanta barbarie.
Sed felices.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarSin duda la corrida tuvo un sentido cuando la lucha contra la naturaleza era algo constante y necesario, pero hoy que lo necesario es luchar a favor de la naturaleza no lo tiene en absoluto. Y no voy a negar que el torero se juega la vida, pero es absurdo. El albañil que se arriesga a caer del andamio o el minero que puede morir en un derrumbamiento me merecen mucho más respeto.
ResponderEliminarGracias Javier, por tu comentario.
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