domingo, 23 de febrero de 2014

Un cuento con final feliz....



El  teléfono la sobresaltó. Últimamente siempre la asustaba. Seguramente era porque tenía los nervios de punta. Habían sido unos meses muy duros por  los exámenes finales. Incluso su familia la había regañado por su celo y su empeño, que se encarnaban en los varios quilos que había adelgazado.  Pero qué le iba a hacer. Ella era así, competitiva, con un gran amor propio que la impulsaba constantemente a superarse.
Con prisa, respondió. Escuchó su nombre y luego una retahíla de palabras de las que entendió sólo algunas de ellas, las más importantes. Y aunque lo había esperado, la tardanza en notificárselo había hecho que casi desestimara esa opción.
Se despidió cortésmente dando las gracias y colgó. El espejo del recibidor le devolvió su imagen. El pelo corto, casi de chico enmarcaba su rostro y las gafas que, coquetamente solo utilizaba para estudiar, se le habían ido resbalando a la punta de su nariz menuda.
Intentó asimilar la noticia…. Era el final de un proceso, de meses, en los que a pesar de todo tuvo claro que lo conseguiría.
Por eso, cuando dos días después, en el acto de final de curso de Bachillerato, el director del colegio pronunció su nombre como premio extraordinario,  su corazón palpitaba como un loco. Seguramente todos creerían era el resultado de la emoción por el premio conseguido, pero ella sabía que no, que no solo era eso.
Recogió el diploma y se colocó a la derecha del estrado, seria, con su falda gris y su jersey azul marino,  que dejaba asomar el cuello blanco de su blusa. Y allí volvió a escuchar otro nombre también premiado por sus excelentes resultados académicos. Le vio acercarse con paso seguro, un tanto displicente como era él, y una vez que recogió su diploma fue a situarse a su lado. Sus miradas se cruzaron y ella, inconscientemente alargó su mano, que el cogió con fuerza., quizá un segundo más de lo indicado.
El salón de actos rompió a aplaudir y las lágrimas se le saltaron. Lágrimas de alegría, de recompensa por tantos días, por tantas noches de estudio y sacrificio que al final le habían reportado el mejor galardón. Poder compartir con él, el alumno más brillante del centro,  uno de los momentos más importantes de sus vidas. Era el resultado de la promesa que se había hecho a si misma cuando le vio, el primer día de curso,  dos años atrás, a la puerta del aula,  y le sonrío: conseguiría que se fijara en ella, costara lo que costara…
Y jamás cejaba en su empeño
Años después, cuando su propio hijo era alumno también del mismo colegio, le señaló la fotografía de aquel extraordinario momento, que enmarcada junto con otras, adornaba el hall del edificio y preguntando:
-         ¿Quiénes son?
El niño, marcando con su dedito contestó:
-         Papá…. y mamá….

Sed felices.

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