El teléfono la sobresaltó. Últimamente siempre
la asustaba. Seguramente era porque tenía los nervios de punta. Habían sido
unos meses muy duros por los exámenes
finales. Incluso su familia la había regañado por su celo y su empeño, que se
encarnaban en los varios quilos que había adelgazado. Pero qué le iba a hacer. Ella era así,
competitiva, con un gran amor propio que la impulsaba constantemente a
superarse.
Con prisa, respondió. Escuchó su nombre y luego una retahíla de palabras de las
que entendió sólo algunas de ellas, las más importantes. Y aunque lo había
esperado, la tardanza en notificárselo había hecho que casi desestimara esa
opción.
Se despidió
cortésmente dando las gracias y colgó. El espejo del recibidor le devolvió su
imagen. El pelo corto, casi de chico enmarcaba su rostro y las gafas que,
coquetamente solo utilizaba para estudiar, se le habían ido resbalando a la
punta de su nariz menuda.
Intentó asimilar
la noticia…. Era el final de un proceso, de meses, en los que a pesar de todo
tuvo claro que lo conseguiría.
Por eso, cuando
dos días después, en el acto de final de curso de Bachillerato, el director del
colegio pronunció su nombre como premio extraordinario, su corazón palpitaba como un loco.
Seguramente todos creerían era el resultado de la emoción por el premio
conseguido, pero ella sabía que no, que no solo era eso.
Recogió el
diploma y se colocó a la derecha del estrado, seria, con su falda gris y su
jersey azul marino, que dejaba asomar el
cuello blanco de su blusa. Y allí volvió a escuchar otro nombre también
premiado por sus excelentes resultados académicos. Le vio acercarse con paso
seguro, un tanto displicente como era él, y una vez que recogió su diploma fue
a situarse a su lado. Sus miradas se cruzaron y ella, inconscientemente alargó
su mano, que el cogió con fuerza., quizá un segundo más de lo indicado.
El salón de
actos rompió a aplaudir y las lágrimas se le saltaron. Lágrimas de alegría, de
recompensa por tantos días, por tantas noches de estudio y sacrificio que al
final le habían reportado el mejor galardón. Poder compartir con él, el alumno
más brillante del centro, uno de los
momentos más importantes de sus vidas. Era el resultado de la promesa que se
había hecho a si misma cuando le vio, el primer día de curso, dos años atrás, a la puerta del aula, y le sonrío: conseguiría que se fijara en
ella, costara lo que costara…
Y jamás cejaba
en su empeño
Años después,
cuando su propio hijo era alumno también del mismo colegio, le señaló la
fotografía de aquel extraordinario momento, que enmarcada junto con otras,
adornaba el hall del edificio y preguntando:
-
¿Quiénes son?
El niño,
marcando con su dedito contestó:
-
Papá…. y mamá….
Sed felices.
Sed felices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario