jueves, 18 de julio de 2013

Abril, mi gata

Tengo una gata que se llama Abril, y hace dos días la operamos de un tumor.
La lesión apareció de repente y creció de manera desmesurada en pocos días, lo que, en palabras de la veterinaria, no daba buena espina.
Abril tiene diez años. Se llama así porque la encontramos en una bolsa de plástico, junto con otros tres hermanos, recién nacidos todos, un primero de abril de 2003. Dos estaban muertos y ella y un  macho sobrevivieron.
La crié con biberón y una bola de calcetines desparejados para que se acurrucara y no tuviera frío. Y salió adelante con la fuerza de alguien que ama la vida.  Todavía se sigue poniendo encima y frota su nariz contra la mía, como cuando era pequeña: la veterinaria dice que es porque para ella yo soy su madre.
Es muy guapa, elegante y algo arisca con los extraños, pero capaz de querer a su manera.
En estos momentos está acurrucada a mis pies, algo incómoda con la campana que le han puesto para que no se lama la herida, y con los ojos un poco asustados de no entender lo que pasa. Un costurón enorme atraviesa su espalda, pero no se queja, solo me mira .
No sé si fue una premonición, pero quise que perviviera en la memoria y la sitúe en mi novela Como el viento en la espalda -aquellos que la han leído la reconocerán- porque es alguien de mi familia muy querido.
Y también por eso  hoy he hablado de ella en este blog, mezcla de sentimientos y reflexiones en esta vida mía subida en mis tacones en la que caben todos, y en la que Abril ha llenado muchos momentos dichosos.
Ójala los siga llenando.

Sed felices.



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