Hay días que no es que se vea la botella medio llena o medio vacía, sino que, ni siquiera, se encuentra la botella.
Me creo una mujer de mente abierta, que intenta comprender las situaciones, las actuaciones de las personas, pero últimamente me pesan muchas cosas. Siempre he defendido, sobre todo, la lealtad y la coherencia. La lealtad, porque me parece imprescndible para mantener unas relaciones, ya sean sentimentales o laborales, sinceras, sin fisuras, en las que el diálogo y la puesta común ayuden a mantener el equilibrio. La coherencia muestra que nuestras acciones están acordes con aquello que pensamos, con aquello que decimos.Sin embargo cada día me encuentro más situaciones en las que veo la carencia de esos dos valores, de esos dos principios, sustituidos por la mentira y la más absoluta incoherencia. Supongo que será cosa de la edad, que hace que con los años, aunque la vista se canse y las piernas también, la mente se agudiza y se instala una especie de radar para ver lo absurdo de muchas situaciones.
Debo deciros, mis queridos lectores, que tengo la fortuna, según me dicen, de tener una apariencia más juvenil de los años que tengo: es posible. Sin embargo, en mi interior, hay días que siento como si un montón de años se me vinieran encima, sin misericordia ninguna. Entonces un cansancio enorme me invade, se me hace un nudo en la garganta y las lágrimas acuden a mis ojos.
¿Qué queréis que os diga? Nunca la vida es lo que una imagina a los veinte años. Ese es uno de sus encantos. Quienes tenemos la mente inquieta y nos gusta la aventura no tememos andar, de vez en cuando, en la cuerda floja. Pero lo que ahora vivimos me parece a veces un pandemonium, un seismo que ha corrido tierras y ha sacado a luz viejos fósiles, que, como en Jurasic park, han recreado con su ADN viejos monstruos que creíamos extintos.
Mi querido suegro, un hombre de bondad machadiana, me decía siempre que lo fácil que sería vivir sin meterse con nadie, vivir dejando vivir. Eso es lo que realmente es la esencia de la vida, y, sin embargo, cada vez parece más imposible.
Al cortoplacismo de la recompensa aquí y ahora, a la incapacidad del esfuerzo, a la incomprensión de reconocer a los semejantes, se une al agotamiento de esta pandemia que, demos gracias, parece que va camino de su fin. Y, ante esto, ¿qué queréis que os diga?
Mientras, sigo buscando la botella, esa que antes siempre antes veía medio llena y que, creo, se han bebido otros.
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