No cabe duda de que este coronavirus, bautizado como CoviD 19, ha puesto nuestra vida patas arriba, en muchas cosas pero sobre todo en las costumbres sociales.
Sé que no extensible a todos, hay quien no gusta del contacto con el prójimo, pero para quienes somos muy "latinos", lo peor que se lleva es la falta de acercamiento con amigos y familiares.
Ayer estuve como concejala en el homenaje que el municipio de Rivas Vaciamadrid ralizó a los servicios esenciales que durante la crisis más álgida de la pandemia estuvieron al pié del cañón. Cuerpos y fuerzas de seguridad, médicos, profesorado, servicios de limpieza y mantenimiento, protección civil... Todos recibieron su justo reconocimiento público. Un acto muy emotivo.
Pero no cabe duda de que la presencia del virus no pasó desapercibida. Caras ocultas por la mascarilla y codos por manos, con ausencia de abrazos. Todo envuelto en una extraña ceremonía que nos convertía en protagonistas de un evento al que le habían arrebato ciertas emociones, gestos y cariño.
Aún estamos en el camino, aún seguimos sofocados por esa pieza los la que nunca antes habíamos convivido fuera de las actuaciones sanitarias. Aún nos queda tiempo para abrazarnos y agarrarnos de las manos como antes, con libertad. Pero estoy convencida que cuando llegue ese día será maravilloso, como lo es todo lo que se recupera tras haberlo perdido por un tiempo.
Como ya dije una vez, hemos aprendido a sonreír con los ojos y a transmitir con las palabras, esos intrumentos maravillosos, y a veces olvidados y maltratados, que ahora son los puentes para acercarnos unos a otros. Los poetas sabemos de ello.
Mientras, nuestros codos conectados seguirán diciendo lo que no pueden nuestras manos.
Sed felices.
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