Amenazaba la lluvia, aunque el sol intentaba, sin mucho éxito, abrirse paso. El mar vestía su manto gris, ese gris del que tanto gusta en el otoño y el invierno. Sobre la pequeña rada se erigía , solemne e inmutable la ciudadela.
Un cúmulo de sentimientos trenzaban mis pasos hacia el pequeño cementerio. Tantas veces había leído sobre él, había visto sus imágenes y , por fin, iba a poder presentarme ante la tumba del maestro, ante la tumba de Don Antonio Machado.
No tuve que andar mucho: pronto se vislumbra el túmulo cubierto de flores, de banderas francesas y españolas republicanas.La lluvia ya no se hizo esperar más, y comenzó a caer lentamente, poniendo una músiquilla de fondo con aires de nostalgia.
Controlando la emoción, de mis labios, casi como una oración, brotaron los versos del poema "Un mañana efímero"...
La España de charanga y pandereta...
Después comencé a leer la carta que había escrito en nombre de mi agrupación de Rivas y que quedaría depositada en el buzón del maestro.
Estimado
maestro, querido maestro de infancias y de poetas.
Don Antonio Machado:
Ante ti hemos venido,
ante esta tierra a la que un día de febrero abrieron sus entrañas para
hacer ese último lecho donde acostar tu
cuerpo, tan lleno de tristeza y de nostalgia.
Ochenta años ha desde
aquella fecha: mucho tiempo. Tiempo en el que España, esa España que tú tan
magistralmente retrataste, ha cruzado una larga travesía sobre un reguero de
lágrimas y sudor de tanta buena gente condenada al exilio, al silencio con los labios cosidos por el
miedo y la venganza.(...)
Una ceremonia sencilla, pero tan transcendente para mí, porque ese jueves de noviembre vi cumplido uno de mis más grandes anhelos. Luego, a pesar de la lluvia y del frío, recorrí el perímetro de la ciudadela intentando retener en mis pupilas la belleza de ese pequeño pueblo que tiene ya un lugar emblemático en los libros de literatura.
Nunca se es el mismo tras un viaje. Uno deja parte de si y se trae aquello que le ofrecen. Así ha sido también esta vez. Algo de mí quedó prendido en ese mar de otoño. En mi regreso guardé el recuerdo de esa lluvia, de ese olor a crisantemos y de mis humildes palabras que quedaron junto a la tumba de don Antonio Machado.
Sed felices.
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