domingo, 30 de septiembre de 2018

Abogada de pleitos pobres

Mi madre siempre me llamaba abogada de pleitos pobres. Al principio no lo comprendía, pero con el tiempo me di cuenta de que tenía razón. Tengo una extraña tendencia de ponerme al lado de los débiles, de quienes creo que están sufriendo una injusticia.

Además lo suelo hacer a pecho descubierto (entiéndase la metáfora), lo que en ocasiones me ha  causado más de un encontronazo por parte de quienes se sienten asombrados de que alguien se enfrente sin miedo, y sin tener en cuenta ni la posición ni la representación, solo con la fuerza que da el saber que es necesario "desfacer entuertos".

No es más que eso, tengo el alma de Quijote, y eso, en este mundo encaja mal.

Pero qué se le va a hacer, al fin y al cabo no importa que no sean gigantes sino molinos. Es el espíritu de lograr un mundo mejor lo que a muchos nos impulsa levantarnos cada día. Pero, cuidado, no hablo, mis queridos lectores, del mundo, del planeta, sino del microcosmos que supone nuestro entorno, y en el que nos movemos cada día. Ese es mucho más fácil de transformar, sobre todo cuando se hace desde dentro de uno mismo.

Tenemos nuestra palabra, tenemos nuestras acciones, tenemos nuestro ejemplo. Cada uno en el sitio que ha elegido ocupar, sin miedo, sin pesimismo. No esperemos permiso de nadie para hacer la vida de los demás más fácil, para convertirnos en la voz de los que no se escucha.

Desde el principio de los tiempos muchos han considerado que unos tenían derecho a vivir y otros ha servir ese derecho ajeno. Que la vida daba trato de favor, así, a lo Pablo Casado, a unos, por el simple hecho de haber nacido en un lugar,o en una familia determinada. No será así, si otros, también suficientes, no lo permitimos.

Os animo a convertiros vosotros también, mis queridos lectores, en abogados de pleitos pobres, en Quijotes sin miedo, señalando a quienes han hecho de su felicidad la desgracia ajena.  Queda tiempo para transformar la realidad, siempre queda tiempo.


Mientras, sed felices.

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