Tras el atentado terrorista del pasado 17 de agosto en Barcelona he de confesar de que tuve miedo. Como lo tuve después del de el 11S o el 11M. El miedo es un sistema de defensa natural ante un peligro real, como lo es la amenaza constante de ISIS.
Sentí miedo al ver las imágenes tan terribles, y también horas después sentada con mi familia en una terraza de un concurrido paseo en la localidad costera en la que veraneo, al pensar lo fácil que es matar de esa manera. Sí tuve miedo. Otra cosa es que ese miedo me haga renunciar a mis principios, a mis creencias y a mi manera de vivir.
Desde la incomprensión absoluta hacia quienes son capaces de arrebatar a personas desconocidas, inocentes la vida de esa manera tan inmisericorde, intento encontrar un freno a la visceralidad que desde la tripas me empuja a señalar y medir a todos por el mismo rasero, y vivir con temor.
Porque no nos engañemos. Esto no es un problema de religión, ni de creencias en Alá, Buda o Jesucristo. Es una cuestión que ha de encontrar la solución en la política y en la búsqueda real de las raíces de esa planta malsana que es el integrismo islámico. Desde los tiempos inmemoriales la política ha utilizado la religión como martillo (sin ir más lejos la Inquisición nace con ese propósito) para que en nombre de Dios alejar todo aquello que bajo el tinte de progresía y democracía permita la libertad de los seres humanos. Creer en una recompensa en el Más allá ha justuficado siempre las mayores atrocidades en el Más acá.
Seguramente hará falta más control policial, no lo pongo en duda. Tal vez un sistema en el que se pueda determinar de alguna manera quién alquila cierto tipo de vehículos, quién alquila ciertas viviendas. Quizá ser más conscientes de que no es intolerancia ni tampoco xenofobia poner más el foco en ciertos colectivos que pueden ser germen del terrorismo.
Pero sobre todo valentía para que esta gentuza no cumplan su objetivo, aunque de vez en cuando sintamos miedo.
Mi abrazo fraterno a todas las familias que sufren hoy, a la ciudad de Barcelona y a todos lo que, como yo, creemos en la justicia y la libertad.
Sed felices.
Sentí miedo al ver las imágenes tan terribles, y también horas después sentada con mi familia en una terraza de un concurrido paseo en la localidad costera en la que veraneo, al pensar lo fácil que es matar de esa manera. Sí tuve miedo. Otra cosa es que ese miedo me haga renunciar a mis principios, a mis creencias y a mi manera de vivir.
Desde la incomprensión absoluta hacia quienes son capaces de arrebatar a personas desconocidas, inocentes la vida de esa manera tan inmisericorde, intento encontrar un freno a la visceralidad que desde la tripas me empuja a señalar y medir a todos por el mismo rasero, y vivir con temor.
Porque no nos engañemos. Esto no es un problema de religión, ni de creencias en Alá, Buda o Jesucristo. Es una cuestión que ha de encontrar la solución en la política y en la búsqueda real de las raíces de esa planta malsana que es el integrismo islámico. Desde los tiempos inmemoriales la política ha utilizado la religión como martillo (sin ir más lejos la Inquisición nace con ese propósito) para que en nombre de Dios alejar todo aquello que bajo el tinte de progresía y democracía permita la libertad de los seres humanos. Creer en una recompensa en el Más allá ha justuficado siempre las mayores atrocidades en el Más acá.
Seguramente hará falta más control policial, no lo pongo en duda. Tal vez un sistema en el que se pueda determinar de alguna manera quién alquila cierto tipo de vehículos, quién alquila ciertas viviendas. Quizá ser más conscientes de que no es intolerancia ni tampoco xenofobia poner más el foco en ciertos colectivos que pueden ser germen del terrorismo.
Pero sobre todo valentía para que esta gentuza no cumplan su objetivo, aunque de vez en cuando sintamos miedo.
Mi abrazo fraterno a todas las familias que sufren hoy, a la ciudad de Barcelona y a todos lo que, como yo, creemos en la justicia y la libertad.
Sed felices.
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