domingo, 23 de abril de 2017

Los recolectores de libros

Después de siglos de evolución, la Humanidad había conseguido  progresos inimaginables. Quizá, lo más digno de señalar pudiera ser la capacidad de obtener  los conocimientos sin esfuerzo.

Cuando un niño o una niña nacían perfectamente sanos, pues la ingeniería genética había conseguido erradicar todas las enfermedades congénitas, se les implantaba un chip en su cabecita, que era alimentado durante todo el desarrollo de las criaturas con los datos necesarios para que, cuando llegaran a la edad adulta, se incorporaran al puesto de trabajo para el que se les había criado. Ya no hacían falta colegios ni universidades. Había trabajo para todos, porque la natalidad hacía muchos, muchos años que se había controlado, por lo que los nacimientos eran estrictamente los necesarios y del sexo que se determinaba.

La esperanza de vida era muy larga, siempre con buen aspecto gracias a los avances de la cirugía plástica, y la muerte, cuando llegaba, se paliaba sin ningún dolor ni sufrimiento, porque era fulminantey con fecha fija. Así estaba implantado en el chip de nacimiento.

El medio ambiente era perfecto. Grandes máquinas productoras de oxígeno trabajaban día y noche para que el aire fuera lo más puro posible, ya que los árboles habían desaparecido mucho tiempo atrás. El agua se reciclaba hasta que quedaba tan pura y cristalina como la que pudiera surgir de un manantial.

La ciencia, la ingeniería habían alcanzado tan grandes cotas de excelencia que podía resolver prácticamente cualquier problema.La humanidad vivía el presente con el optimismo que produce el saberse a salvo. No se pensaba en el futuro porque ya se vivía en él. El pasado no existió jamás.Nada había que recordara el ayer, nada, porque ya no quedaban libros.

Bueno, eso no era del todo cierto. En un lugar recóndito, escondido, un grupo de hombres y mujeres que se llamaban así mismos Los recolectores de libros habían ido guardando durante generacionesen santuarios  los ejemplares que se fueron salvando de la destrucción por su inutilidad. Al fin y al cabo ya no hacían falta, porque nadie sabía leer y escribir: no era necesario.

Pero los recolectores no habían perdido esa capacidad, porque de otra manera no habrían podido reunirse para celebrar los rituales mensuales de lectura y sobre todo el Día de los Grandes Libros, que, aunque no conocían el motivo exacto, celebraban  cada 23 de abril. Ese día los recolectores de los cuatro confines del planeta se reunían  para leer relatos en comunión, en compañía.

Cervantes, Shakespeare, García Márquez,… Cientos, miles de autores que habían desaparecido hacía muchos, muchos siglos  volvían a vivir a través de sus obras, en todos los idiomas, en todas las voces, en todos los confines de la Tierra. Novelas, poesías, ensayos, recobraban el sentido que alguna vez tuvieron de expresar el momento, las sensaciones, las historias y las tradiciones construidas a través de las palabras y que la tecnología despreciaba por su inutilidad.

También la ceremonia de la Gran lectura servía para dar la bienvenida a los nuevos lectores, aquellos niños y niñas que habían adquirido la capacidad de interpretar la escritura y por tanto de leer. Amaranta era una de esas niñas. Sus padres, sus abuelos, sus tatarabuelos fueron también recolectores de libros. Ella ya tenía siete años y durante los dos últimos se había estado preparando para este gran día.Vestía con la túnica de color blanco de los novicios, que se distinguía de las de color azul  que llevaban los recolectores ya más veteranos. Nerviosa, se agarraba a la mano de su madre, quien de vez en cuando la sonreía para transmitirle tranquilidad. Ella también recordaba la primera vez que leyó frente a la Comunidad y  la sensación de gran responsabilidad que sentía.

Orxius, el hermano mayor de Amaranta, por el contrario estaba exultante. Él ya era un lector desde hacía tres años y estaba deseando que le llegara el turno de lectura. Como nieto del Gran lector muchos le contemplaban como posible heredero del cargo y por tanto tenía que ir demostrando su valía.Porque no se trataba solo de leer, de que las palabras sonaran, sino de sentir lo que las palabras querían decir y hacer. Se trataba de que los que escuchaban también las sintieran.

Las antiguas leyendas contaban que cuando los libros existían como objetos cotidianos no todas las personas los amaban. De hecho, la falta de consideración hacia ellos, de no creerlos valiosos  por su contenido ni por el continente, hicieron que, como muchas especies animales y vegetales, se extinguieran, salvo en pequeños reductos que se llamaron bibliotecas.

Poco a poco los seres humanos dejaron de escribir y por tanto leer. Primero fueron sustituyendo las palabras escritas completas por abreviaturas y luego estas por símbolos que expresaban emociones u objetos, como fue en sus comienzos con los jeroglíficos. Finalmente,  la imagen  venció a la escritura. Nadie, aparentemente, tenía ya  libros en ninguno de los cincos continentes.

Los libros se hicieron invisibles.

2 comentarios:

  1. Genial definicion,da gusto leer y releer lo que escribes,como lo expresas en palabras el sentir de lo que ocurre cotidiananente y como abandonamos lo mejor de nosotros mismos.

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    1. Muchas gracias, Michel, por interesarte por lo que escribo. Un abrazo fuerte.

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