El
amor, como la materia, ni se crea, ni se destruye.
No importaba qué formula, ni qué valencia tenía
cada grano, cada molécula, cada átomo del enamoramiento cuya combinación química lo acababa convirtiendo en
rencor, dolor u olvido con el paso del tiempo.
Suponía que sucedía por desgaste y falta de repuesto de algunos de sus componentes - interés, palabras, lealtad-, que se disolvían en las lágrimas como la sal en el agua y acababa transformando el amor en otra cosa.
Tal
vez porque era mujer de letras no alcanzaba a abarcar la dimensión científica de
la transmutación del sentimiento. Comprendía mejor la alquimia inversa, aquella capaz de convertir el oro en plomo.
Sed felices
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