Un cóctel más
que cerraba una presentación más de un nuevo producto. Corrillos en los que se hablaba, se reía y se decidían subidas y bajadas en la Bolsa.
Un camarero me ofreció una copa, aunque esta no era una
copa más. Era la última copa de cava . Lucía como el oro, solitaria, en el
centro de la bandeja
Fui a cogerla. Mi
mano rozó con otra de largos dedos y uñas carmín. Levanté los ojos y me cruce
con sus ojos profundos y su sonrisa que parecía pintada de coral. Con
un gesto cortés le indiqué que tomara la
copa. Ella me lo agradeció con un simple movimiento de cabe.za, manteniendo la
mirada.
Lentamente se llevó
el dorado líquido a la boca y dio un pequeño sorbo. Luego me la ofreció.
La recogí como
si fuera un cáliz sagrado y bebí, cerrando los ojos, por el mismo lado en el
que habían quedado impresas las huellas de sus labios rojos, absorbiendo ese
improvisado beso con aroma a burbujas.
Nunca supe su
nombre ni la volví a ver, pero siempre recordaré su sabor a fresa y cava.
Sed felices.
Bonito y misterioso, desde luego. Una copa compartida puede implicar mucho, sin duda.
ResponderEliminar¿Leíste el comentario que te dejé en el texto del Juego de la Oca?
Un saludo.
Hola, Javier. Gracias como siempre por tus comentarios. Sí, leí el del Juego de la Oca, pero no sé por qué no me dejó contestarlo desde el móvil. Un abrazo.
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