"España es un país solidario en la desgracia", le escuché en una entrevista al cantante Miguel Bosé.
Nada más cierto. Baste contemplar todo el despliegue de panegíricos que se han desarrollado a raíz de la muerte del ex-presidente del gobierno Adolfo Suárez. Todos son parabienes y alabanzas, incluso de aquellos que contemplaron sus "Idus de marzo".
También hay excepciones. Hay a quien no le ha faltado tiempo para sacar los espantajos de su origen franquista y de su pasado de camisa azul, -como si recién fallecido Franco, en la clase política pudiera haber habido alternativas-, junto con otros, que por su edad ni siquiera habían nacido o eran unos niños de chupete cuando el fallecido expresidente accedió al gobierno, por lo que no pueden ver el alcance de la figura política. Iincluso algún indignado que no llega a los cuarenta años le niega radicalmente el pan y la sal- he visto varios por las redes-, y hace un recorrido demoledor por todos los presidentes de gobierno de la reciente Historia, equiparando a Suárez, González y Aznar. ¡Total nada!
Cuando yo estudiaba en la facultad de Historia, nos decían que había acontecimientos que no se podían juzgar porque les faltaba perspectiva histórica. Por ejemplo, en los años setenta y ochenta costaba meterle el diente, todavía, a la Guerra civil sin que se levantaran ampollas de un lado y de otro. Ahora queremos analizar la Transición y desde muchos coros se bocea que no fue oro lo que relucía. Claro que no. No se pasa de una Dictadura a una democracia sin que haya aspectos que nos son del todo positivos. Pero no cabe duda, y yo lo sé en primera persona, que en España se abrió un camino que hasta entonces no existía.
No quiero, ahora, tener más tela de juicio que la memoria de una adolescente que pudo votar la Constitución porque una ley, auspiciada por Adolfo Suárez, me permitió hacerlo con dieciocho años; que vió como legalizó el PCE, del que habían sido miembros familiares míos; que vió al ex-presidente aguantar con la diginidad que a muchos políticos actuales les faltan y ,sin moverse del escaño, el ataque más virulento a la incipiente democracia española el 23 de febrero de 1981.Creo, y es mi opinión, que más allá de la visceralidad o de la falta de perspectiva, Suárez fue un hombre honesto.
Me hubiera gustado algún reconocimiento en vida para este importante estadista, aunque su mente ya estaba lejos, en esas brumas de Avalon en el que Alzheimer envuelve a sus elegidos. La vida no fue generoso con él: le arrebató a su esposa, a su hija y por último la conciencia de su propio ser.
La Historia, así con mayúscula, le juzgará a su tiempo, aunque muchos ya le están juzgando cuando es noticia. Mientras, como último homenaje de una ciudadana agradecida, le dejo en esta página mi respeto.
Sed felices.
Nada más cierto. Baste contemplar todo el despliegue de panegíricos que se han desarrollado a raíz de la muerte del ex-presidente del gobierno Adolfo Suárez. Todos son parabienes y alabanzas, incluso de aquellos que contemplaron sus "Idus de marzo".
También hay excepciones. Hay a quien no le ha faltado tiempo para sacar los espantajos de su origen franquista y de su pasado de camisa azul, -como si recién fallecido Franco, en la clase política pudiera haber habido alternativas-, junto con otros, que por su edad ni siquiera habían nacido o eran unos niños de chupete cuando el fallecido expresidente accedió al gobierno, por lo que no pueden ver el alcance de la figura política. Iincluso algún indignado que no llega a los cuarenta años le niega radicalmente el pan y la sal- he visto varios por las redes-, y hace un recorrido demoledor por todos los presidentes de gobierno de la reciente Historia, equiparando a Suárez, González y Aznar. ¡Total nada!
Cuando yo estudiaba en la facultad de Historia, nos decían que había acontecimientos que no se podían juzgar porque les faltaba perspectiva histórica. Por ejemplo, en los años setenta y ochenta costaba meterle el diente, todavía, a la Guerra civil sin que se levantaran ampollas de un lado y de otro. Ahora queremos analizar la Transición y desde muchos coros se bocea que no fue oro lo que relucía. Claro que no. No se pasa de una Dictadura a una democracia sin que haya aspectos que nos son del todo positivos. Pero no cabe duda, y yo lo sé en primera persona, que en España se abrió un camino que hasta entonces no existía.
No quiero, ahora, tener más tela de juicio que la memoria de una adolescente que pudo votar la Constitución porque una ley, auspiciada por Adolfo Suárez, me permitió hacerlo con dieciocho años; que vió como legalizó el PCE, del que habían sido miembros familiares míos; que vió al ex-presidente aguantar con la diginidad que a muchos políticos actuales les faltan y ,sin moverse del escaño, el ataque más virulento a la incipiente democracia española el 23 de febrero de 1981.Creo, y es mi opinión, que más allá de la visceralidad o de la falta de perspectiva, Suárez fue un hombre honesto.
Me hubiera gustado algún reconocimiento en vida para este importante estadista, aunque su mente ya estaba lejos, en esas brumas de Avalon en el que Alzheimer envuelve a sus elegidos. La vida no fue generoso con él: le arrebató a su esposa, a su hija y por último la conciencia de su propio ser.
La Historia, así con mayúscula, le juzgará a su tiempo, aunque muchos ya le están juzgando cuando es noticia. Mientras, como último homenaje de una ciudadana agradecida, le dejo en esta página mi respeto.
Sed felices.
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