Voy a aprovechar
la oportunidad que da tener este espacio
para hacer una confesión: no me gusta Papá Noel.
Al decir que no
me gusta, es que no me gusta, ni el personaje, ni el que traiga regalos. Ya, ya
sé el clásico argumento de que de esa manera los niños y niñas tienen más
tiempo para jugar con los juguetes que se
les pone al pie del árbol, pero es que ante los tiernos infantes e
infantas se abre todo un año nuevo para jugar. Además, raro es el hogar pudiente
(dícese de tener capacidad económica) que no vuelve a poner más regalos el día
de los Reyes Magos.
Bien, pues
aparte de ese detalle, entiendo que Papá Noel carece del encanto de los de
Oriente, y si no, probad a ponerle en el Nacimiento, al lado de los pastores,
junto al hombre que hace gachas, o guiando los pavos… Pues como que no. Si
queremos añadir al escenario de Belén el trineo con los renos, pues ya apaga y
vete. Es que Papá Noel es un producto importado, como los burgers o
Halloween, a pesar de que nos parezca que lleva toda la vida entre nosotros,
quizá no llegue la tradición en España a más de medio siglo.
No digo que no
sea emotivo pensar en ese regordete abuelo de luengas barbas blancas, residente
en el Polo Norte, repartiendo a diestro
y siniestro regalos la noche de Navidad, pero nada que ver con nuestros tres
Reyes y su prestancia. ¿Alguien se imagina (y vuelvo a las comparaciones) a
Papá Noel en un cuadro como la Adoración de los Magos de Rubens? A que
no. Naturalmente, quedaría grotesco. De hecho, no sé si hay ninguna obra de
arte que incluya al carmesí personaje, sobre todo porque esa vestimenta no
corresponde al original, sino a una representación que la compañía con más
ventas de refrescos de cola popularizó en los años 30 del siglo pasado. Es la
transformación de San Nicolás, cuya fiesta ha sido el 6 de diciembre y que en
muchos países europeos lleva regalos a los niños y niñas.
De niña nunca
tuve regalos de Papá Noel (lo veíamos sólo en la películas de Walt Disney), y siendo
ya madre tampoco al principio, me resistía al intrusismo. Pero la presión llegó
a ser tan grande que terminé cediendo, como en tantas cosas, que sin querer
pero que por la fuerza del grupo acabas entrando por el aro, aunque solo fuera
poniendo un “detalle” la noche de Nochebuena.
Bien, pues hecha
esta confesión que sé que no todos ni todas compartiréis, me pongo seria y bajo
a la realidad. No soy quién para indicar el gasto de nadie estas Fiestas, pero
sí quiero haceros, humildemente, una sugerencia: decid a Papá Noel, decid a los
Reyes Magos que vuestras cartas pedirán regalos que se pueden comprar en el
comercio de proximidad de vuestra
ciudad, que hace barrio, que hace ciudad.
No hace falta un
gran gasto, pero seguro que vuestras comidas y cenas os sabrán mejor si sobre
la mesa, aunque solo haya seis comensales, hay alimentos comprados en esas
tiendas que han estado al pie del cañón día a día para que no nos faltara lo
esencial en épocas no tan lejanas.
“Echémonos” como
sociedad la solidaridad de estar cerca de aquellos que nos necesitan. Antes de
buscar en las grandes plataformas de venta on-line (ya, ya sé que son muy
cómodas y tienen de todo), pensad si el pequeño comercio del barrio puede
responder a vuestras necesidades: seguro que si os acercáis a él, os
sorprenderá con su cercanía y su profesionalidad. Pensad que detrás de cada
mostrador hay familias que necesitan poner regalos al pie de su árbol, también.
Porque las
Fiestas han de ser felices para todos y todas.