Mis hijos, David y Carlos, ya me han felicitado y traído su regalo. Luego comerán con sus mujeres, que son madres también, y celebrarán con sus hijos este día. Al fin y al cabo hemos estado juntos todo el puente de mayo y podido disfrutar de ellos.
Decir que me siento orgullosa de mis hijos es decir algo obvio, pero me gusta decirlo y decírselo. Cuando los miro, ya dos hombres hechos y derechos, hay en mí un sentimiento ambivalente: nostalgia por los niños que fueron y alegría por las maravillosas personas que son. No sé si hay algún mérito mío en este resultado, lo que sé es que siempre me acompañaron y entendieron que su madre era un tanto peculiar por lo que hacía y hace, pero que el tiempo que les dedicaba era el cien por cien, y que así éramos felices.
Me gustaría que el día de mañana, cuando yo no esté, me recordaran como alguien que no solo les quiso con todo su corazón, sino que les enseñó que la vida es aquello que construye uno mismo, que un problema deja de serlo si tiene solución, y que la suerte no existe, existe la voluntad y el trabajo.
Ser madre no es pintarlo todo de color de rosa, tiene mucho esfuerzo, pero no cabe duda de que no solo merece la pena, sino que yo no sería la que soy sin mis hijos. Por ellos, y para ellos,
sigo.
Sed felices.
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