Lo repito y lo haré hasta la saciedad. Me avergüenza (porque tengo vergüenza) como los insultos se han instaurado como una manera de relación normalizada.
Insultan a las instituciones, a los/las deportistas, a los políticos y hasta a curritos/as de pie que se les ocurre contestar un post. Las redes sociales, esos burladeros en los que se refugian tantos frustrados, malintencionados y destructores de la convivencia, se convierten en muchas ocasiones en campos de batalla dialéctica en donde se destroza la buena fama de cualquiera. Y en muchas ocasiones, también, se empuja a que esto suceda por intereses espúreos: se vende mejor una noticia, se mueve mejor un post que contenga violencia, una anécdota, o sea absolutamente falso pero provocador, que uno que sea conciliador. ¿Cómo solucionarlo? Pues visto lo visto muy difícilmente, ya que es el pan nuestro de cada día.
No hay conciencia de que cuando se insulta a Pedro Sánchez se insulta a la presidencia del Gobierno, no a un hombre de la calle. Es fácil insultar, es fácil ser violento. Lo difícil es apostar por la convivencia, la diversidad y la tolerancia que nos hace personas y no seres vociferantes y amargados.
¡Cuánto tiempo perdido en comentar cosas inanes! ¡Cuánta tinta virtual gastada en titulares convertidos en chascarrillos!
Seguimos en muchas comunidades autónomas con los servicios públicos en mínimos, con privatizaciones salvajes. Pero el tema estrella son los pinganillos del Congreso.
¡Qué pena!
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