martes, 16 de noviembre de 2021

FINALES FELICES


Siempre dije que las grandes historias de amor nunca tienes finales felices. Baste ese recorrido por la literatura, contemplando los grandes amantes, aquellos que renunciaron, retaron o se opusieron  al destino: Romeo y Julieta, Paris y Helena, los amantes de Teruel… Ejemplos paradigmáticos de amor apasionado que, en cambio, terminaron de manera dramática. Sé que me diréis que tiene que haber parejas cuyo amor perviva hasta que, por mandato vital, se separen. Pues más razón todavía para mi hipótesis. Ni siquiera entonces el gran amor puede evitar la separación.

Siempre he pensado que en esos cuentos o historias que acaban con el triunfo del amor, con ese y fueron felices, se nos hurta el repaso, transcurrido el tiempo, sobre el qué fue de esa pasión arrebatada.

Porque realmente, al final, el amor se nutre de pequeñas, cosas, de detalles diarios y sobre todo, por una constante tarea de querer y quererse. Nada es eterno, ni siquiera la promesa del eterno amor.

Ese AMOR con el paso de los años se va transformando en una pléyade de sentimientos y emociones que acaba cristalizando en la amistad más profunda, en la lealtad y en la confianza. Entonces la palabra que surge es la de compañeros, compañeros de vida.

No penséis, mis queridos lectores, que estoy arrebatando el romanticismo a las relaciones de pareja, es que el romanticismo no es más que un recurso literario que nos aleja de la realidad.

Mi padre siempre decía que el amor lo podía todo. Es cierto, cuando ese amor se nutre de generosidad y del conocimiento de que solo crece lo que crece en libertad y armonía.

Dejemos que la literatura siga con sus tramas, o con sus poesías de pasión o ausencia. Recuperemos la capacidad de entender que los finales felices están cosidos con puntadas de momentos, de ciertas renuncias, y sobre todo, de amistad.

 

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