Se me ha ido febrero de entre las manos.
Veo que mi última entrada fue el día 14 , el día dedicado al amor. Algunas cosas han cambiado, pocas, otras persisten tozudamente.
Un mes y una semana de confinamiento perimetral, sumergidos en esta burbuja de pandemia, que, a pesar de ser una cruda realidad, me mantiene, nos mantiene, sujetos a una especie de distopia que dura ya un año.
Durante este tiempo las posturas de muchos se han ido distanciando, llegando algunos a negar que esto sea tan grave, y poniendo encima de la mesa que no es otra cosa que una manera de controlarnos. Otros, también muchos, lo que estamos es cansados, cansados, precisamente, por no perder los estribos, por no abandonarnos a los fácil.
Creo que todavía no somos conscientes, por suerte, del todo del proceso que nos rodea. Hemos sido capaces algunos de desarrollar todo un amplio espectro de mecanismos de defensa para que, además del coronavirus, no nos ataque la desesperanza, la apatía, y para que nuestros días no se llenen de toallas tiradas por abandonar el combate.
Yo también, lo reconzco, mis queridos lectores, estoy cansada. Hay días, que como digo en uno de mis poemas, todo se convierte en basto paño húmedo puesto a secar en un tendal de tedio... Pero entonces sucede un pequeño milagro: oigo cantar a un mirlo, veo como las primeras flores, las de los prunos, comienzan a asomarse, contemplo los árboles con algunas yemas que pronto serán hojas, alguien me dice que me quiere, oigo la voz de Leyre dándome los buenos días.
Entonces me aferro a esa vida que se me ofrece (otros la han perdido, desgraciadamente) y pienso qué derecho tengo a negarme la oportunidad de seguir adelante, mientras las fuerzas no me falten. Y me siento ante el ordenador y os escribo, como llevo haciendo más de diez años, para contaros estas cosas, y otras, y mantener estos extraños pero apretados lazos de amistad.
Negar la realidad no sirve de nada. Aprender de ella para saber más de nosotros soporta ese cansancio que nos tienta a abandonar la batalla y darnos por vencidos
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Sed felices.
(Foto: Elena Muñoz)
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