La frase que da título a esta entrada corresponde a la primera escena de Divinas Palabras, obra magistral de Valle Inclán, que en la tarde de ayer pusimos en escena Unicornio teatro. Para poneros en situción , mis queridos lectores, os diré que es la réplica que Pocapena le da a Séptimo Miaú, descreído buhonero que señala que él no teme a nada, ni siquiera Dios.
No voy a hablar, temáis, sobre ser o no ser creyente, no. Eso queda a la conciencia de cada cual. Esta comparación con las bestias me sirven para reflexionar sobre como el ser humano llega a superar, en ocasiones, a las propias alimañas, a las que consideramos más inhumanas.
No cabe más horror para las buenas personas que el asesinato. Y ese horror se eleva exponencialmente cuando ese crimen se comete de unos padres a unos hijos, como ha sucedido en Godella. Cabe siempre el recurso de pensar que esa madre, que golpeó hasta la muerte a sus hijos estaba enferma, estaba, en lenguaje coloquial, loca. Quienes somos madres sabemos lo que se quiere a un hijo, más allá de cualquier otra cosa en el mundo. ¿Entonces?
No sé deciros, mis queridos lectores. Solo me cabe en la cabeza pensar que esta sociedad no es capaz de anteponer el remedio antes de que llegue la enfermedad. Leo con el corazón encogido cómo la abuela avisó a los servicios sociales y estos no vieron señales de alarma en una primera visita, y ante la insistencia de aquella, abrieron un nuevo expediente, pero ya no hubo tiempo. Los niños estaban muertos.
No me quiero extender en detalles, en decir que debían de haber alertado a las autoridades. Ya no queda remedio para Rachel y Amiel. Como tampoco lo hay para los caídos en la masacre de Nueva Zelanda, nuestras antípodas, y en la que el horror también ha golpeado de manera irracional vestido de asesino al que la prensa llama "extremista".
En toda esta espiral de espanto un pequeño rayo de esperanza se abrió paso ayer en las marchas que los jóvenes del mundo protagonizaron para "tirar" de las orejas a los gobiernos que se ponen de perfil ante la dergradación del planeta. Reconforta contemplar como la juventud se abre paso, aunque sea a codazos, para señalar nuestros errores.
Sed felices.
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