domingo, 10 de febrero de 2019

Gritar para que no me griten

Nos movemos en un mundo lleno de ruido. Buen , quizá globalizarlo de esa manera sea exagerado y quede un rincón en la Antártida o en la selva a donde no llegue ese marasmo vocinglero que nos confunde y agobia.

Mi madre, que era muy refranera, decía cuando alguien salía montando bronca, siendo él el responsable: "gritar para que no me griten", como si las voces y el estruendo aminoraran la culpa y pusieran el foco en el contrario.

Vivimos en una sociedad pobre en diálogo y exhuberante en voces. No sabemos sentarnos a hablar, en cambio elevamos la voz como si el volumen fuera el que nos da la razón. No sé si décadas de contemplar en televisión los infames programas de tertulianos o del "corazón" han implantado esa espantosa constumbre. No hay argumentos sino repeticiones como disco rayado de insultos y descalificaciones. No se debate, se combate.

Sinceramente, para quienes admiramos la capacidad de dialogar, de encontrar puntos en común, de saber llegar a conclusiones, aunque siempre queramos, y esto es humano, arrimar el ascua a nuestra sardina, el día a día es agotador. Es como intentar horadar una roca con una simple cucharilla de café. 

Y malo es cuando este griterio, esta algarabía enloquecida, llega a quienes tienen que tomar decisiones, marcar los rumbos, hallar puntos de encuentro en un diálogo sosegado. En estas estamos. Por una parte quienes se colocan la venda antes que la herida (falsa herida) y confunden el diálogo con la rendición; por otra, quienes parecen haber perdido la capacidad de escuchar de tanto repetirse a si mismo sus propias paranoias, fruto ya de una carrera en un laberinto en el que  ellos se van tapando sus propias salidas.

Pero a pesar de todo, del ensordecedor estruendo que intenta una vez y otra con sus gritos confundir, recomiendo escuchar nuestro interior, buscar dentro de nosotros aquello que siempre nos va a ayudar a seguir y no caer en los absurdos cantos de sirena de quienes no tienen otros argumentos, aquello que no es otra cosa que nuestra integridad.

Sed felices.

Ilustración: (c) Elena Muñoz

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