domingo, 14 de enero de 2018

Tristeza

Estoy triste, sí. Es curioso porque no es una emoción habitual en mí, y cuando la siento, siempre es poco duradera. Pero llevo dos días en que ha hecho nido , y creo que se siente confortable y agusto, a pesar de mi actitud contraria a consentirla. La siento justo en el centro del pecho, mejor dicho, entre pecho y espalda, y  me obliga a suspirar. Sé que quiere escaparse por mis ojos, y llama insistentemente al llanto, al que en este tiempo he permitido ciertas licencias.

No es que esté preocupada, sé porque estoy triste. Ha sido al constatar que ya no tengo a nadie que me recuerde de niña, que ya no queda ninguno de mis mayores: el útimo recuerdo se marchó con mi madre. El viernes, a leer un poema dedicado a ella en un recital, abrí esa rendija, y la tristeza, siempre presta, se coló por ella.

Cuando uno va creciendo, son nuestros mayores la mejor memoria. Ellos recogen en su archivo vital cuándo echaste andar, ese primer diente, los primeros Reyes, y muchas más cosas que te antecedieron y que hacen aquello que tú eres ahora. Cuando se van marchando también se lo llevan. Veo fotografías de personas, de sitios de los que no sé su nombre, ni tengo a quién preguntar. Y eso me entristece: la absoluta imposibilidad de saber ya aquello que no tiene respuesta.

Sé que poco a poco desgastaré esta tristeza. Mi familia, mis amigos, mi trabajo, mi literatura son un buen remedio para que al final este huésped incómodo termine por marcharse. Mientras la covertiré en una aliada temporal, que tal vez me inspire algún poema, o simplemente esta entrada que hoy comparto con vosotros, mis  queridos lectores.

Sed felices.




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