- ¡Ciento cincuenta mil pesetassss!
El sonsonete del sorteo de la lotería solía ser el despertador del primer día de vacaciones de Navidad. La radio o la televisión encendidas se transformaban en los depositarios de las ilusiones de miles de personas que veían en eso dos bombos la solución a sus problemas.
- Fíjate en lo pequeño que es el bombo de los premios.- le comentaba año tras año su abuela. Y ella, que era una niña curiosa, se fijaba también año tras año.
Ya de adulta retomó la tradición a pesar de no gustarle nada los juegos de azar. De hecho no jugaba a los ciegos ni a las quinielas, ni a la lotería primitiva cuando esta se unió a los juegos permitidos por el Estado.
Pero al lotería de Navidad era para ella como el turrón o los villancios: una tradición.
El paso de los años trajo el cambio de sonosonete. Ya no eran las ciento cincuenta mil pesetas, sino los mil euros los que marcaban el ritmo del sorteo, roto por la subida de tono y alborozo de los espectadores cuando salían los premios grandes, hasta llegar al paroxismo con el gordo.
Un día, mientras contemplaba el sorteo, le comentó a su padre, sentado junt a ella, que no estaría mal pillar un pellizco. A su alrededor jugaban sus hijos, felices de estar en la casa de campo de los abuelos y percibiendo ya el ambiente de las vacaciones. Un confortable fuego calentaba la estancia. Entonces su padre la miró por encima de las gafas, con esa sonrisa de medio lado que le daba una apariencia entre bondadosa y guasona, y contestó:
- Y además..., ¿quieres que te toque la lotería?
Cierto. Ya hacía muchos, muchos años, tantos como los que tenía ,que le había caído el gordo.: naciendo en una familia que la quería, pudiendo estudiar, casándose con el hombre que amaba, teniendo dos hijos maravillosos, un trabajo que le gustaba, unos amigos entrañables...
Hoy sigue jugando al lotería igual que come turrón o canta villancicos, sabiendo que por estadística no es normal que le toque dos veces...
Felices Fiestas!!
El sonsonete del sorteo de la lotería solía ser el despertador del primer día de vacaciones de Navidad. La radio o la televisión encendidas se transformaban en los depositarios de las ilusiones de miles de personas que veían en eso dos bombos la solución a sus problemas.
- Fíjate en lo pequeño que es el bombo de los premios.- le comentaba año tras año su abuela. Y ella, que era una niña curiosa, se fijaba también año tras año.
Ya de adulta retomó la tradición a pesar de no gustarle nada los juegos de azar. De hecho no jugaba a los ciegos ni a las quinielas, ni a la lotería primitiva cuando esta se unió a los juegos permitidos por el Estado.
Pero al lotería de Navidad era para ella como el turrón o los villancios: una tradición.
El paso de los años trajo el cambio de sonosonete. Ya no eran las ciento cincuenta mil pesetas, sino los mil euros los que marcaban el ritmo del sorteo, roto por la subida de tono y alborozo de los espectadores cuando salían los premios grandes, hasta llegar al paroxismo con el gordo.
Un día, mientras contemplaba el sorteo, le comentó a su padre, sentado junt a ella, que no estaría mal pillar un pellizco. A su alrededor jugaban sus hijos, felices de estar en la casa de campo de los abuelos y percibiendo ya el ambiente de las vacaciones. Un confortable fuego calentaba la estancia. Entonces su padre la miró por encima de las gafas, con esa sonrisa de medio lado que le daba una apariencia entre bondadosa y guasona, y contestó:
- Y además..., ¿quieres que te toque la lotería?
Cierto. Ya hacía muchos, muchos años, tantos como los que tenía ,que le había caído el gordo.: naciendo en una familia que la quería, pudiendo estudiar, casándose con el hombre que amaba, teniendo dos hijos maravillosos, un trabajo que le gustaba, unos amigos entrañables...
Hoy sigue jugando al lotería igual que come turrón o canta villancicos, sabiendo que por estadística no es normal que le toque dos veces...
Felices Fiestas!!
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