No hay nada que deje a un ser humano más indefenso que la vanidad.
Sí, mis queridos lectores, porque este es uno de los "los pecados capitales" que se convierte en el talón de Aquiles del que lo practica. Es muy fácil entrarle a quien se cree un dechado de virtudes, de valores, la quinta esencia, un pata negra. Basta con ensalzarle, con encumbrarle hasta donde él o ella se cree es su lugar y entonces será plastelina en nuestra manos.
La Historia está llena de ejemplos que corroboran mi tesis. Reyes y mandatarios mediocres pero vanidosos han caído en las redes de visires, primeros ministros o asesores a los que han servido cuando debería ser lo contrario. Estos tenían la astucia, aquellos la vanidad. Estos manejaban los hilos, aquellos eran títires.
Pero tampoco hace falta remontarse tan lejos en el tiempo ni tampoco en el espacio. Todos los días nos encontramos con personas que son alabadas por su entorno ya sea profesional, político o simplemente social cuyas virtudes son ensalzadas y que cada dos por tres se quedan con el culo al aire, como el emperador del cuento infantil. Tal vez porque la vanidad es incompatible con la sensatez y el sentido común y al final esa preciosa cola de pavo real está formada por plumas prestadas y mal pegadas.
Y como a los cochinos, a los vanidosos siempre les llega su San Martín. En algún momento dejan de ser necesarios y entonces se les rompe ese espejo falso de toda falsedad, como los de las ferias, y les muestra su triste realidad.
En fin, que si a mi me ensalzaran sin razón estaría todo el día mirándome la espalda... Por lo de los cuchillos.
Sed felices.
Sí, mis queridos lectores, porque este es uno de los "los pecados capitales" que se convierte en el talón de Aquiles del que lo practica. Es muy fácil entrarle a quien se cree un dechado de virtudes, de valores, la quinta esencia, un pata negra. Basta con ensalzarle, con encumbrarle hasta donde él o ella se cree es su lugar y entonces será plastelina en nuestra manos.
La Historia está llena de ejemplos que corroboran mi tesis. Reyes y mandatarios mediocres pero vanidosos han caído en las redes de visires, primeros ministros o asesores a los que han servido cuando debería ser lo contrario. Estos tenían la astucia, aquellos la vanidad. Estos manejaban los hilos, aquellos eran títires.
Pero tampoco hace falta remontarse tan lejos en el tiempo ni tampoco en el espacio. Todos los días nos encontramos con personas que son alabadas por su entorno ya sea profesional, político o simplemente social cuyas virtudes son ensalzadas y que cada dos por tres se quedan con el culo al aire, como el emperador del cuento infantil. Tal vez porque la vanidad es incompatible con la sensatez y el sentido común y al final esa preciosa cola de pavo real está formada por plumas prestadas y mal pegadas.
Y como a los cochinos, a los vanidosos siempre les llega su San Martín. En algún momento dejan de ser necesarios y entonces se les rompe ese espejo falso de toda falsedad, como los de las ferias, y les muestra su triste realidad.
En fin, que si a mi me ensalzaran sin razón estaría todo el día mirándome la espalda... Por lo de los cuchillos.
Sed felices.
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