No hay traje que peor ajuste a ciertas personas que la autoestima.
A unos les queda estrecho, como la chaquetilla de Charlot y lo mismo de raída. Les aprieta y angustia y les hace parecer pequeños a los ojos de los demas, o tal vez solo a los suyos, que hay para todos. Los que la portan tienden a compararse a todas horas e, indefectiblemente, salen siempre mal parados, porque no se dan cuenta que una cosa es admirar a alguien y tomar sus virtudes y valores como bienes apreciables y otra cosa es ser igual al ser admirado, lo que solamente se podría tras un bebedizo de clonación, con la pertinente pérdida de identidad y la desaparición de uno mismo. No hay nada que les importe más que la opinión ajena.
En el otro lado tenemos a aquellos que lucen la autoestima subida en tacones, con una capa flotantede gasa y encajes, a veces demasiado recargada de lazos y puntillas. Esta autoestima suele evitar las opiniones de los demás porque no le hacen falta: ellos solos se bastan, aunque no tengan abuela, que para eso tienen espejos. No siempre triunfan en su empeño, pero cuando esto sucede la culpa siempre, siempre es de los demás. El pueblo, en su sabiduría, ha acuñado una expresión para designarlos: ir sobraos.
En fin, que como dije al comienzo de este post no es fácil que en la medida de la
autoestima ni falte ni sobre, sino que se adapte a aquello que se le demanda: apreciarnos lo suficiente como para poder vivir satisfechos de nosotros mismos y de quienes nos acompañan.
Sed felices.
A unos les queda estrecho, como la chaquetilla de Charlot y lo mismo de raída. Les aprieta y angustia y les hace parecer pequeños a los ojos de los demas, o tal vez solo a los suyos, que hay para todos. Los que la portan tienden a compararse a todas horas e, indefectiblemente, salen siempre mal parados, porque no se dan cuenta que una cosa es admirar a alguien y tomar sus virtudes y valores como bienes apreciables y otra cosa es ser igual al ser admirado, lo que solamente se podría tras un bebedizo de clonación, con la pertinente pérdida de identidad y la desaparición de uno mismo. No hay nada que les importe más que la opinión ajena.
En el otro lado tenemos a aquellos que lucen la autoestima subida en tacones, con una capa flotantede gasa y encajes, a veces demasiado recargada de lazos y puntillas. Esta autoestima suele evitar las opiniones de los demás porque no le hacen falta: ellos solos se bastan, aunque no tengan abuela, que para eso tienen espejos. No siempre triunfan en su empeño, pero cuando esto sucede la culpa siempre, siempre es de los demás. El pueblo, en su sabiduría, ha acuñado una expresión para designarlos: ir sobraos.
En fin, que como dije al comienzo de este post no es fácil que en la medida de la
autoestima ni falte ni sobre, sino que se adapte a aquello que se le demanda: apreciarnos lo suficiente como para poder vivir satisfechos de nosotros mismos y de quienes nos acompañan.
Sed felices.
No sé que puedo decirte... Sólo gracias.
ResponderEliminarSuficiente.
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