lunes, 12 de mayo de 2014

De ferias y saraos

Comienza la semana de Feria  aquí en mi ciudad ( a pesar de nuestro laicismo celebramos San Isidro), mientras me entero de la dimisión del alcalde, instigado por la cuña de su propia madera

En un nivel más terrenal, el pasado fin de semana estuve dedicada a otras ferias, éstas del libro,   en Tres Cantos y en Alcalá de Henares, envueltas como siempre en la sempiterna queja de lo poco que se vende la literatura.

Claro que cada uno habla de la feria según le va en ella. Estando en la caseta de Alcalá de Henares (desde aquí un saludo a José, el librero) escuché a una señora, al acercarse a mirar mis libros, la siguiente frase:

- Yo cada vez compro menos libros, no quiero tanto trasto por  medio.

Algo se me rompió en mi corazoncito. ¡Llamar trasto a un libro, llamar trasto a aquello que con tanto esfuerzo había salido de mi imaginación!

Acto seguido preguntó el precio, para responder sin ninguna misericordia:

- Es que además los libros son muy caros.

No era el momento de explicar a esta dama alcalaína que tras esa obra que lucía tan atractiva, por lo menos a mis ojos de autora, habían intervenido muchos agentes para que viera la luz. No solamente yo, a quien el editor ha de liquidar los derechos de autor por ventas (único pago, además de la satisfacción, a mi trabajo) sino impresores, distribuidores, transportistas y libreros. Pero en vez de dar esta oportuna contestación, sonreí.¿Qué podía decirle?

Un rato después, cuando me dirigía hacia el aparcamiento en donde había dejado el coche, volví a ver la mujer quejosa del precio de los libros. Estaba sentada en una terraza con varias personas tomando unas tapas y unas cervezas. Si entrar en juicios de valor, seguramente el importe del aperitivo superaba el de mi libro, pero ¡cómo competir contra unos calamares a la romana o una ración de gambas con una caña!
 

Sed felices.

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