domingo, 24 de marzo de 2019

Una vez más es primavera

Nos asombramos de lo rápido que pasa el tiempo, ese tiempo al que consideramos nuestro enemigo porque nos hace envejecer, perder  a nuestros seres queridos, agostar las ilusiones. Los seres humanos hemos inventado relojes, calendarios de todo tipo para medir ese tiempo, como si mensurarlo fuera suficiente para controlarlo. Vano intento, porque más allá del pasar de los meses o de los días, a los que hemos nombrado para hacerlos también nuestros, la naturaleza nos señala el devenir de los ciclos vitales, y nos pone ante nuestro ojos toda evidencia.

Sé que es primavera porque el  árbol que veo desde mi ventana ha cumplido una vez más con esa promesa vital y me muestra ya esos pequeños brotes como deditos verdes que señalan al cielo, de donde esperan la lluvia, este año cicatera, y la luz del sol. Se me llenan los ojos de esa majestuosidad en que se eleva con la dignidad de quien sabe cumple con su cometido, incluso cuando su desnudez invernal le coloca desprotegido ante los elementos.


Me duele el desagradecimiento con la naturaleza: sin ella mis ojos al asomarme solo verían un montón de ladrillos, aluminio y cristales. En cambio, su presencia me cuenta el paso de ese tiempo que él ha aceptado y que yo también asumo, porque es mi única certeza.

Una vez más es primavera.

Sed felices.




sábado, 16 de marzo de 2019

"Hasta las bestias del monte temen"

La frase que da título a esta entrada corresponde a la primera escena de Divinas Palabras, obra magistral de Valle Inclán, que en la tarde de ayer pusimos en escena Unicornio teatro. Para poneros en situción , mis queridos lectores, os diré que es la réplica que Pocapena le da a Séptimo Miaú, descreído buhonero que señala que él no teme a nada, ni siquiera Dios.

No voy a hablar, temáis, sobre ser o no ser creyente, no. Eso queda a la conciencia de cada cual. Esta comparación con las bestias me sirven para reflexionar sobre como el ser humano llega  a superar, en ocasiones, a las propias alimañas, a las que consideramos más inhumanas.

No cabe más horror para las buenas personas que el asesinato. Y ese horror se eleva exponencialmente cuando ese crimen se comete de unos padres a unos hijos, como ha sucedido en Godella. Cabe siempre el recurso de pensar que esa madre, que golpeó hasta la muerte a sus hijos estaba enferma, estaba, en lenguaje coloquial, loca. Quienes somos madres sabemos lo que se quiere a un hijo, más allá de cualquier otra cosa en el mundo. ¿Entonces?

No sé deciros, mis queridos lectores. Solo me cabe en la cabeza pensar que esta sociedad no es capaz de anteponer el remedio antes de que llegue la enfermedad. Leo con el corazón encogido cómo la abuela avisó a los servicios sociales y estos no vieron señales de alarma en una primera visita, y ante la insistencia de aquella, abrieron un nuevo expediente, pero ya no hubo tiempo. Los niños estaban muertos.

No me quiero extender en detalles, en decir que debían de haber alertado a las autoridades. Ya no queda remedio para Rachel y Amiel. Como tampoco lo hay para los caídos en la masacre de Nueva Zelanda, nuestras antípodas, y en la que el horror también ha golpeado de manera irracional vestido de asesino  al que la prensa llama "extremista". 

En toda esta espiral de espanto un pequeño rayo de esperanza se abrió paso ayer en las marchas que los jóvenes del mundo protagonizaron para "tirar" de las orejas a los gobiernos que se ponen de perfil ante la dergradación del planeta. Reconforta contemplar como la juventud se abre paso, aunque sea a codazos, para señalar nuestros errores.

Termino como comencé. Hasta las bestias del monte temen. El problema es que nos temen a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI que cabalgamos a lomos de la diosa de la tecnología pensando que esa es nuestra salvación, mientras que a nuestro alrededor suceden toda clase de espantos , eso sí, muy suceptibles de compartir en nuestras redes sociales para así conseguir más "likes".

Sed felices.




miércoles, 6 de marzo de 2019

DESCONCIERTO




 Todos nos sentimos desconcertados ante la vida, ante los demás, ante aquello que no comprendemos aunque lo entendamos. Estas son algunas situaciones que me producen ese estado de desconcierto.



 Cuando la mentira se convierte en el argumento de más peso.

Cuando quien dice ser tu amigo no entiende tu libertad.

Cuando aquel que valora sus acciones dice que las tuyas son fruto del azar.

Cuando alguien dice ser justo con una sola vara de medir: la suya.

Cuando alguien habla con palabras que esconden otras palabras que teme pronunciar.

Cuando se critica en el otro aquello que en sí mismo no se cumple.

Cuando se quiere ser el centro del mundo aunque el mundo no lo sepa.

Cuando un mal jinete, al que le tiran todos los caballos, le echa la culpa a los caballos.

Cuando en nombre de la amistad se ha izado la bandera de la obligación.

Cuando se han pedido respuestas y solo se han  encontrado evasivas.

Cuando el pensamiento no tiene lugar para el sentimiento.

Cuando el que dice quererte te hace llorar.


Sed felices