domingo, 29 de noviembre de 2020

María Elena o Elena

 En mi época (qué tipica expresión que suele indicar que ya una tiene sus añitos), a casi todas las niñas nos bautizaban con el nombre elegido por nuestros progenitores, abuelos o padrinos (en estos dos últimos casos solían coincidir) precedido del María. La invocación del nombre de la Virgen era, creo yo, obligatoria para blindar una vida en la que se ahuyentara la tentación de esa nueva cristiana.

Pues bien, yo no soy una excepción. Mi nombre es María Elena, aunque desde los seis años para quienes no formaban parte de mi núcleo familiar soy Elena. Y, curiosamente, quienes me quitaron el María fueron las monjas en el colegio al que fui cuando volví de Soria. No se sabe por qué extraño ensalmo el primero de mis nombre desapareció de las listas  y pase a ser simplemente, como antes he señalado Elena Muñoz, eso sí, sin "H", ya que la letra muda como inicial hubiera parecido algo pagana entonces. Ese hecho me importó muy poco porque de nunca me gustó en exceso mi nombre, me parecía un poco largo y algo cursi. La verdad es que nunca estuve destinada a él, azares del destino hicieron que finalmente me llamaran así... Pero eso es otra historia.

No sé si estas dos maneras de nombrarme tiene algo que ver con esta especie de dualidad con la que a lo largo de mi vida me he sentido: por una parte formal y racional, por otra transgresora. De hecho, mis obras literarias, mis libro acogen como nombre de autoría Elena. Por ello, tal vez por apearme del María, escudo exorcizante, la tentación ha sido en ocasiones absolutamente inevitable, teniendo que acudir al remedio que Oscar Wilde propuso de  caer en ella.

Al cabo de los años, y cuando me encuentro en la situación de asumir las responsabilidades de una concejalía de gobierno vuelvo a ser María Elena. Las administraciones me exigen que firme y rubrique los decretos, las propuestas, las providencias con el nombre que aparece en el DNI, el auténtico. A parte de esto pocas personas quedan que me llamen María Elena, solo mis hermanos, y, de vez en cuando alguna cuñada... Para todos los demás el María no existe. Mis nietos me llaman abuela Elena.

En fin, mis queridos lectores, quizá este post os parezca de interés mínimo, pero trata de esas pequeñas circunstancias que en ocasiones hacen reflexionar sobre algo tan posiblemente trivial en torno a cómo te llaman o te llamas, que en mi caso ha fluído a lo largo de mi vida y es ahora cuando se cierra el círculo. 

Sed  felices...


 

 


domingo, 22 de noviembre de 2020

Egoísmo poético

Hablemos de poesía.  ¡Ah! Pero si la poesía no vende, no se lee… Y esto… ¿Por qué?

  Si  fuera capaz de contestar a ese interrogante poetas y editores ya me habrían hecho rica, pagándome sustanciosas cantidades de dinero para que revelara la respuesta a esta constante pregunta. Obviamente no tengo la fórmula magistral pero creo, que como en tantas cosas, existe una pésima pedagogía frente a la lectura de poemas, culpa a veces de algunos poetas que se sienten dichosos de formar parte de una élite de malditos. 

Es curioso constatar como  en las edades más tempranas son muchos los adolescentes que vuelcan toda su sensibilidad acrecentada hormonalmente escribiendo poemas, que en la mayoría de los casos no son más que ripios. No obstante consiguen el resultado de paliar esos males de amores que hace que se desangren en romanticismo.

Pero poco a poco, con el pasar del tiempo, esa cercanía a la poesía se va convirtiendo en distancia y aquellos que permanecen en ese afán de querer convertir sus palabras en lírica van siendo los menos, pasando al club de la minoría. La poesía no se entiende, dicen algunos. La poesía es para cuatro frikis, dicen otros… El caso que los unos por los ajenos, la casa sin barrer.

Siempre me he considerado narradora, una buena narradora en opinión de algunos. Por eso cuando empecé a escribir poesía, hace unos cinco años, fui la primera que me deje llevar por una especie de asombro y entonces me hice la segunda pregunta del millón : ¿por qué escribir poesía? A pesar de que podría haber varias respuestas,  las resumiría en dos: para poder expresar las emociones y para comprender  cuál es el resultado en mí de esas emociones.

El acto de escribir poesía es egoísta, el la supremacía del YO. No existe entrega al lector, como en la narrativa, de una historia. En un poema se vierten las emociones para poder sentirlas, tocarlas, olerlas, y volverlas a hacer mías. Es el refugio que nos aisla del mundo, pero, a la vez , nos ayuda a entenderlo a través de la visión que de él procesamos en nuestros versos.

Entonces, ¿cuál es el milagro de la poesía? Pues que en ese proceso egocéntrico, repito, cuando los versos se trasladan al libro o la rapsodia en un recital y, por no sé sabe qué causalidad, llegan al centro del que lo lee o escucha se produce una sinapsis, como la de las neuronas cerebrales, pero en este caso emocional. Algo parecido a la colisión de dos planetas, que forman la razón de ser del poema. Y ya no es mío, sino de los demás, creando más egos poéticos.

Queridos lectores: sed egoístas y leed poesía. Daros ese gustazo, vivir ese placer; paladead las palabras, degustad las imágenes, miraros vuestro ombligo literario. Pensad en el gran Bécquer cuando dijo que “podrá no haber poetas, pero siempre habrá  poesía”.

 

domingo, 15 de noviembre de 2020

Amor en tiempos de pandemia

 Hace unos días, mis queridos lectores, tuve ocasión de escuchar una noticia curiosa, con ciertos matices de "frikada", como se dice ahora.

Parece ser que la filiación a las páginas de contactos  ha experimentado una sustancial crecida en estos meses posveraniegos y otoñales. La razón, dicen los expertos, reside en que ante la posibilidad de tener que abordar un nuevo confinamiento total,  de esos que solo puedes salir a la compra, a pasear al perro, o a tareas esenciales, muchos que hasta ahora se planteaban la "soltería" o ser "singles", dicho de manera  cool, las pasaron canutas durante el estado de alarma, más aburridos que una ostra. Es comprensible por tanto, que escaldados como gatos que huyen del agua fría, quieran remediar esta situación, previendo que el siguiente confinamiento sea más llevadero.  

Ante esta situación me planteo ciertas cuestiones. ¿Habrán cambiado los parámetros de coincidencia? Tal vez ahora sea una gran ventaja saber hacer bizcochos, u otros bollos, incluso conocer un buen sustituto de la levadura si es que empeza a escasear en las tiendas, o si tiene buenos armarios capaces de almacenar cantidades ingentes de papel higiénico. Así mismo puede ser muy valorable estar suscrito a una de las plataformas de TV que nos ofrecen series y más series de todos los tipos y gustos. Para los más selectos puede caber también que en el domicilio elegido para confinarse haya una buena biblioteca. Y sin duda el Top será una conexión a internet que no se cuelgue si están teletrabajando dos a la vez.

Sí, ya sé, mis queridos lectores, que pensaréis en dónde dejo los sentimientos, la atracción, la química... Bueno, eso es importante cuando los acontecimientos son, vamos a llamarles, normales, pero, no cabe duda que ante semejante reto hay que dar una vuelta de tuerca.

Decía Gustavo Adolfo Bécquer que la soledad es buena si tienes a quien contarlo. Yo estoy completamente de acuerdo. Por ello me parece absolutamente comprensible que haya quien se cura en salud y quiere, ante esta época tan incierta, unir su soledad a otra soledad, y , quién sabe, tal vez esta pandemia sea la cómplice involuntaria de grandes historias de amor.

¡Llamadme romántica!



domingo, 8 de noviembre de 2020

TEATRO

 Ayer, después de nueve meses volví a pisar escena. Fue como encontrarme de nuevo con un íntimo amigo, con un cómplice, o con un amante que durante hora y media es tu mundo. Apenas treinta personas en el patio de butacas, pero para las actrices y los actores representaban mucho,  representaban todo. 

Durante estos meses hemos tenido que renunciar a lo que era nuestro mundo cotidiano, a nuestras rutinas, a lo que parecía lo más habitual, para transformarlo en un acto de ciudadanía responsable. Tanto en el día a día como en esas otras actividades que aún se hacen con cuentagotas.

A pesar de las paranoias de Ayuso, no hay ninguna conspiración que nos lleve hacia un estado totalitario, sino la lucha contra una pandemia (qué pereza tener que reptirlo una vez y otra), cuya solución, antes de que llegue la vacuna es cumplir con lo establecido. La función de ayer fue una muestra. Mientras no hacíamos nuestra escena (la obra lo permitía) nos manteníamos con la mascarilla puesta, mascarilla encargada a juego con el vestuario. Era molesta, sin duda, con el calor de los focos, pero era, también lo que debíamos hacer. Ya, al llegar, nos tomamos todos la temperatura.

Ya lo he reptido mil y una vez. Todos estamos cansados, muy cansados, es cierto, pero de nuestra capacidad de resistencia dependen muchas cosas, `muchas personas... Todo un país.

La función ayer en San Blas es la muestra de que, sin recuperar del todo esa vida nuestra anterior, podemos abrir ese pequeño rincón para volver a hacer aquello que nos gusta, sin poner en riesgo a los demás. Al contrario que en el teatro, el Covid no es ficción,  ni desaparecerá al bajar el telón.

Sed felices.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Soneto para un 1 de noviembre con permiso de Bécquer y Espronceda

Este título tan largo no es más que una justificación y una mención a dos de mis autores favoritos del Romanticismo español y que a mí, particularmente, me seducen poderosamente.

Me gusta la noche, me gusta la luna, me gustan las tormentas (siempre que esté al resguardo). Desde muy pequeña me atrajeron los relatos del espíritus, del más allá.  Soy de grandes pasiones y, a veces de importantes melancolías... Necesito sentir el pulso de sentirme persistentemente enamorada.

Es decir que soy una romántica emperdernida, pero muy alejada de las historias melífluas, de amores empalagosos. Romántica hasta los tuétanos, pero a la manera de aquellos escritores y poetas que se expresaban con libertad, que adoraban la naturaleza y se entregaban a ojos cerrados a la imaginación. 

Por eso hoy, Día de Todos los Santos, me permito recuperar este soneto escrito hace algunos años, y pido disculpas de antemano a aquellos grandes que admiro por esta osadía de querer rozarles con la punta de los dedos.

ADIÓS

El rostro de negros tules cubierto
como negras también las vestiduras.
En el cielo unas nubes tan oscuras
presagian el aguacero como cierto.

El muro presenta el nicho abierto,
triste imagen que la oración conjura
rezada con murmullos y premura
por deber, sin orden ni concierto.

Ya la viuda doblada la cintura
llora ante aquel que yace muerto,
y acaricia la madera con dulzura.

El aire sopla, como la Parca, yerto.
La soledad será ya su clausura,
recuerdo, ceniza en un desierto.

 

(c) Elena Muñoz. Reservados todos los derechos.