domingo, 29 de julio de 2018

Cita a ciegas

Siempre digo que la relación entre un escritor y  un lector se asemeja a un cita ciegas, en la que ambos están deseando enamorarse a través de un libro.

Muchos de mis compañeros en la literatura dicen no pensar en el lector cuando escriben, es decir, que el factor de la aceptación por el público no les influye a la hora de crear su obra literaria. De otra manera, me dicen, sería imposible escribir lo que en verdad se  quiere.

Sí, no cabe duda que tener en mente como objetivo principal las ventas llevaría a crear solo aquello que sabemos va a ser comercial, restando a la palabra su auténtico fin. Y para eso ya están los best sellers que como churros publican las grandes editoriales, que vienen a ser, al final, el mismo libro con diferente título.

Bien, pues aceptando esta premisa, yo creo que se debe pensar en  el lector no como fin sino como parte complementaria y debe tener su lugar en la vida de todo escritor. Los  libros sin lectores no son más que objetos onanistas para mayor gloria del ego del autor, en los que cercenamos uno de los dos placeres que tiene que suponer la obra literaría: escribir y ser leído.

No hace falta renunciar a nada  por valorar a aquellos que nos llegarán a leer o a los que ya nos leen. No hace falta olvidar que quienes compran nuestros libros están deseando encontrar en ellos las situaciones y los personajes con los disfrutar, las emociones con las que identificarse. Y también se merecen un producto bueno, cuidado, mimado, como recompensa a su confianza..

Últimamente, y más a menudo de lo deseable, veo  y leo textos o poemas de poca calidad, defendidos por sus autores con el simple argumento de que es lo que ellos quieren escribir, lo que les “brota de dentro”. Bien, eso es muy respetable, sin lugar a duda, como lo es también el que el encuentro con los lectores sea un acto fallido, simplemente porque no les gusta.

La literatura es un arte y como tal se compone de técnica y de creación. No vale con dejar flotar a las musas a nuestro alrededor, tenemos que disciplinarlas para que lo que salga de nuestra pluma o de nuestros dedos en el teclado sea de calidad y esas citas a ciegas se conviertan en amores eternos.

domingo, 22 de julio de 2018

Vencer después de morir (Aznar y Casado)

"Estos treinta e seis reyes, los veinte e dos murieron en el campo;
vencílos sobre Valencia desque yo muerto encima de mi caballo".


De estos treinta y seis reyes, veintidós murieron en el campo;
los vencí en Valencia después de muerto encima de mi caballo.


(Epitafio épico del Cid. San Pedro de Cardeña. s.XIV )

En España somos muy de épica. Nos da igual que se trate de un cantar de gesta como de la final de la Champion League. Nos pierden las banderas, los lemas grandilocuentes y los salvadores de la patria, ( o del título deportivo de turno).

Bueno, tal vez no sean justo generalizar, y tampoco sea solo patrimonio nuestro, pero en muchos momentos, en ocasiones en que creemos haber perdido el rumbo, hemos girado la cabeza hacia quien pudiera, heróicamente, salvar la situación. Tanto es así, que no nos ha importado , incluso, allende otros tiempos, que los caudillos ganaran batallas aún muertos.

Pero -os preguntaréis- mis queridos lectores, ¿a dónde quiere llegar esta mujer? Pues, aunque os parezca que doy circunloquios, a una fácil conclusión: ayer, en el congreso del PP vimos la última victoria de un muerto. Porque el nuevo presidente de los populares no es más que el trasunto de quien muchos daban ya  como cadáver político: José María Aznar.

Baste con escuchar el discurso de agradecimiento tras su elección de Pablo Casado para que aquellos que por edad, la suficiente para recordar y no haber perdido la memoria, evocáramos las mismas palabras pero en otra voz.

"Somos el partido de la familia y de la vida, sin complejos", dijo el nuevo líder de la derecha, poniendo de manifiesto, nuevamente, los dos "pilares" fundamentales de su doctrina, que no de su ideología, doctrina que alimenta a los partidos más que conservadores europeos. Si Rivera (sin duda el más perjudicado) aspira a ser Macron, Casado se ha situado con dos pinceladas en la línea de Le Pen.

Y, repito, Aznar en la sombra, en el reflejo, como los reyes en el cuadro de Las Meninas, un tanto desdibujado, pero observando a su cachorro como ha roído el hueso , jaleado por el aparato  y los compromisarios en "diferido" del partido, que no ha digerido aún la moción de censura, y de la que han culpado, sin duda, a Santamaría.

Catorce años han pasado desde que José María Aznar, que como los jueces bíblicos, conversaba con Dios y le indicaba su misión redentora, eligiera a su sucesor a lo visigodo, quien le salió a todas luces ranas. Catorce años en los que se ha ído secando, cuasi momificando, pero que, cuando ha llegado el momento se ha subido a un caballo no llamado Babieca, sino Casado, para ganar esta última batalla.

Sed felices


domingo, 15 de julio de 2018

Círculo vicioso del desamor.

Hemos de encontrar una solución de una vez por todas.
Por todas las cosas importantes que ha habido en nuestra vida en común.
Una vida en común que iniciamos con toda la ilusión.
Una ilusión nacida de la inocencia de la inexperiencia.
Inexperiencia que juntos hemos ido moldeando y adaptando a nuestra familia, que fue creciendo.
Creciendo no solo en número sino en responsabilidades.
Responsabilidades que ahora hemos ido descargando.
Descargando no en el suelo, ni en un recodo, sino en la espalda de uno y el otro.
Uno y otro que ahora somos incapaces de compartir sin reproches.
Reproches que se pierden entre voces y lágrimas.
Lágrimas ya no de tristeza sino de rabia.
Rabia incapaz de ser contenida porque nace de tantas palabras dichas y calladas.
Dichas y calladas porque ninguno de los entiende dónde está esa solución,
que, de una vez por todas, hemos de encontrar.





domingo, 8 de julio de 2018

Cuando termina la historia llega el final (o por qué no hacerse un Ken Follet )



Muchos escritores señalan lo complicado que es arrancar con una novela, escribir esas primeras líneas que son la llave de la historia y que deben, como un conjuro, encantar al lector para que no abandone el libro a las primeras de cambio. Es el ya tan consabido miedo al folio en blanco. 

En mi caso no es así. No niego que no encuentre alguna dificultad en iniciar una narración, pero casi siempre consigo esas primeras palabras que me permiten comenzar a caminar por la historia que quiero contar. En cambio, creo que lo verdaderamente importante es el final, conseguir que la trama llegue a su meta de una manera coherente, sin que haya ningún conejo sacado de la chistera a última hora, tras  páginas y páginas que engordan el libro pero adelgazan el interés..

Es posible que algunos,  acostumbrados a novelas de setecientas, ochocientas páginas, (lo que viene siendo hacerse un Ken Follet), una que no llega a cuatrocientas les parezca  que no da de sí todo lo que pudiera. Pero no se trata de rellenar folios y folios sino de contar, realmente, lo que se quiere contar. 

No cabe duda de que cada maestrillo tiene su librillo a la hora de planificar la escritura de una nueva obra. Yo nunca hago previamente un esquema y casi siempre es la historia la que me va marcando las etapas; son los personajes los que con sus actuaciones me van indicando cuando llega  al cierre. No olvidemos que una  novela es un universo vivo y que evoluciona a lo largo de las páginas hasta llegar a su final. Aunque os parezca raro, no siempre los autores tenemos absolutamente el control. Tal es así que en  mi nueva novela, El huracán y el destino, que verá la luz el próximo 4 de octubre, uno de esos personajes, cuya catadura moral dejaba mucho que desear, se me volvió bueno para mi sorpresa. Fue así porque era necesario para que ese cierre final quedara redondo.
  
Al fin y al cabo, los escritores también debemos,  esa es mi opinión, dejar algún resquicio por el que quien lo desee pueda entrar a imaginar que podría haber más allá de ese punto y final, que siempre queda en manos del autor.

Sed felices

domingo, 1 de julio de 2018

Relatos del verano : Valhalla



El humo de la pira ciega sus ojos ya cegados por las lágrimas.
            Intenta  controlar la rabia y la tristeza que la invade, que la recorre la piel, como antaño la recorrieron sus manos.
            En el horizonte una línea de luz indica que se acerca el amanecer de un nuevo día, del día en el que se separará definitivamente de Axel, el fuerte, el valiente, el mejor guerrero. Axel, su amante, su amor, su dueño.
            Ha de morderse la lengua para no gritar de dolor. Al fin y al cabo ella no es la mujer legítima sino una esclava, apresada en una de las numerosas incursiones que el clan había llevado a cabo en su territorio.
Axel era uno de los lugartenientes de Ragnar Lodbrok, el rey, quien había prometido la mano de su hija Sigrid al guerrero muerto.
Ella, de nombre Dalia, como la diosa protectora de su tierra, era, tan solo, una princesa semigaliana, hija de un pueblo valiente que había sufrido el ataque despiadado del `pueblo vikingo. Fue entregada por su padre, el rey, como pago junto con varios tesoros a cambio de no arrasar su territorio.
La primera noche de su cautiverio, en  el drakkar que enfilaba la vuelta a tierras escandinavas, fue llevada a la presencia del soberano vikingo.
La visión de Ragnar era imponente. Casi dos metros de caudillo envuelto en las pieles de lobos y cuyo casco refulgía a la luz de las antorchas. Dalia temblaba de frío y miedo. Sus dientes no podían parar de castañetear.
Entonces uno de los guerreros dio un paso al frente y despojándose de una piel de oso que llevaba en los hombros. cubrió el cuerpo de la joven. Ella levantó los ojos tímidamente, agradecida al recibir el calor, encontrando la mirada azul y franca del hombre.
—¡Bueno, bueno! —exclamó el rey con una carcajada— .Parece que nuestra princesita ha conmovido al valiente Axel.
—Me ha conmovido su  indefensión— contestó el guerrero también con una sonrisa—. Parece un pequeño pájaro que ha caído de un nido antes de saber volar.
Todos los guerreros se unieron a la risa, lo que desconcertó a Dalia, que no entendía el idioma en el que hablaban. Pero dejándose llevar por su intuición se arrimó un poco más a quien había sido tan deferente con ella, tanto que pudo percibir su fuerte olor a azmicle y pieles curtidas.
El rey replicó:
—Mira, Axel, el pajarillo parece haber encontrado un nido. Bueno, pues sea. Tenía la intención de hacerla mi esclava, pero te la regalo como pago a tus buenos servicios. Al fin y al cabo es la hija de un rey y es tan valiosa como el oro.
Un griterío de protesta se elevó de las gargantas de los demás vikingos. Dalia era un presente que no tenía precio, sobre todo para hombres jóvenes deseosos de sexo.
Ragnar levantó una mano y al momento se hizo el silencio.
—¡Es mi deseo y así se hará! Axel, llévatela a mi aposento. Y que los dioses te concedan el gozo, nunca se sabe cuándo será la próxima vez que esquivaremos a la muerte. Pero antes brindemos por nuestras conquistas.
Otra vez el clamor se elevó junto con las copas rebosantes de hidromiel al grito de los guerreros henchidos de orgullo por su triunfo.
Tras el brindis, Dalia se dejó conducir por Axel hasta el camarote del rey. Era una pequeña estancia sin amueblar, más allá de unas pieles tendidas en el suelo. La luz de la luna se filtraba por un pequeño respirador abierto en el casco. El resto de los guerreros dormían juntos en  la bodega del barco.
Axel, con una delicadeza que parecía impropia en un hombre curtido en cruentas batallas, despojó a Dalia de su capa de pieles, quien sintió la fría brisa penetrar por sus ropas. Luego la cogió en sus fuertes brazos y la depositó sobre las pieles del suelo mientras la murmuraba palabras que no entendía pero que sonaban como las olas del mar que rompían contra el barco.
Tumbados ambos, el hombre echó sobre los dos cuerpos, nuevamente, la piel del oso. Bajo ella, Dalia notó como su mano fuerte y callosa subía su vestido y se introducía entre sus piernas. El hombre aceleró la respiración, mientras la joven notaba que su propia excitación iba en aumento. En un momento la agitación de ambos se fundió en una cuando las bocas de ambos se unieron. La mano de Axel ascendió y de un tirón rasgó la túnica de Dalia, dejando los pechos al descubierto, entre los que el hombre enterró su rostro.Dalia abrió las piernas y acercó el poderoso torso del guerrero, indicándole que estaba preparada para ser suya.
Esa fue la primera noche, a la que siguieron otras muchas.
Le dio dos hijos y años de pasión.
Hoy le despide en su camino hacia el más allá guiado por las valquirias, a donde le esperan aquellos guerreros que le precedieron y en donde aguardará la llegada del Ragnarök, la batalla del fin del mundo.
La nave con el cuerpo de Axel se interna en la mar, incendiada por las antorchas, camino de ese último viaje. El resplandor del amanecer se funde con el rojo de las llamas en el primer día del verano..
Esa noche en el salón de los escudos las copas rebosantes de hidromiel se volverán a elevar en memoria del vikingo, que ya habrá llegado al Valhalla,  al seno de Odín.