lunes, 26 de noviembre de 2018

Como niños: "porque lo digo yo"

Seguro que todos recordamos esa lógica que los mayores gastaban con nosotros cuando éramos niños, y que en ocasiones también hacemos uso de ella con los más pequeños cuando se nos acaban o no tenemos argumentos. Pues algo así pasa con ciertos partidos políticos que, sin apenas razoness, bueno, mejor dicho, sin ellas, intentan convencernos de su verdad "porque lo dicen ellos".  

He tenido esa sensación justo esta mañana escuchando a la portavoz del PP en la Comisión mixta UE-España al hablar del acuerdo del Brexit y del tema de Gibraltar, que ha tenido que ser solventado en una semana no solo por Pedro Sánchez, ni por su ministro de exteriores, sino por un grupo de diplomáticos que ha echado toda la carne en el asador. Pues bien, dicha diputada, miembro de la ejecutiva de Casado, ha hecho una exposición que podría haberse ahorrado simplemente con un "es un desastre porque lo decimos nosotros".

Hemos llegado a un punto en que tengo la impresión de que la derecha española, aunque siempre ha adolecido de un paternalismo insoportable, ha decidido que todo vale para erradicar de la mente de la ciudadanía cualquier atisbo de reflexión, de capacidad de decisión, manipulando y ocultando la realidad, una manera eufemística de decir que mienten con toda su boca.

Tres cuartos de los mismo sucede con la prensa más conservadora, cuyos rizos ya no se rizan sino que se convierten en auténticos muelles desde donde lanzar titulares que una vez leyendo el contenido están sacados de contexto, no responden al contenido de la noticia, pero cumplen el cometido de ser replicados en las redes, sin que se ponga en solfa por muchos.... 

En fin, que les cuesta a muchos  entender que somos una sociedad madura, que podemos tomar decisiones si se nos respeta y no se intenta, como muchos hacen, llevarnos de la manita porque lo dicen ellos.

Sed felices






lunes, 19 de noviembre de 2018

Entre bastidores

A menos de una hora de subir el telón, las actrices y los actores se afanan por memorizar las últimas instrucciones del director y de regiduría. Un nuevo teatro, un nuevo mapa de entradas y salidas, de "calles" formadas no por pavimento sino por cortinajes negros, que se convertirán en lugares, en casas, en montes. El patio de butacas, aún vacío, guarda un silencio sepulcral, casi místico, a la espera de la gran ceremonia de la representación.

Después  los camerinos se llenan de bullicio, de preguntas al aire, de letanías de textos dichos "a la italiana", con algo de ansiedad por apresar esa frase que se resiste siempre, mientra que los rostros se cubren de maquillaje, el cabello se oculta tras las pelucas, y los nervios se esconden tras sonrisas y palmadas de ánimo.

A un minuto de comenzar la función el mundo se para tras el escenario. Solo se escucha el rumor del público amortiguado por las telas. Alguien suspira quedo. La tensión controlada es la de un caballo tras el portón que le da via libre a la carrera.

El teatro  se queda a oscuras. Suena la música. Comienza la función. Y entonces dos universos paralelos correrán juntos durante casi dos horas. Pero uno, el que transcurre tras los bastidores y las bambalinas, no lo conoce el público. Es ese en el que hombreS y mujeres, por cuyas venas corre el veneno del teatro, se mueven en con el único objetivo de hacer llegar la magia de la palabra sobre el escenario. No importan la estrechez de los camerinos, el frío o el calor, la dificultad de movimiento, el agobio de los cambios del vestuario, no importan.

La recompensa siempre llega al final con el aplauso.

Sed felices

domingo, 11 de noviembre de 2018

Noviembre

El mes de noviembre siempre ha tenido un predicamento negativo en mi familia. Esta manía la comenzó, creo, mi abuela paterna. Decía que aparte de ser el mes más oscuro, en el que antes anochece, que incia su andadura con la fiesta a los difuntos, había como un augurio no muy positivo en él. No es de extrañar en su caso, pues su hijo mayor murió ese mes, a la edad de 33 años. Por eso cuando llegaba el 1 de diciembre parecía respirar. Ya había pasado el nefasto mes y se acercaban las Fiestas de Navidad, que en mi familia siempre han sido un hito. Y como si fuera una profecía cumplida mi abuela murió un 22 de noviembre, su nieta mayor un 12 y mi madre el 5 de noviembre del año pasado.

No soy una mujer muy supersticiosa, ni me gusta creer que los meses, los lugares o las personas pueden influir en nuestra vida. Además, como para conjurar esa negatividad novembrina mi hermano Fernando, el mayor de los chicos, nació tal  día como hoy, el 11 de noviembre.

Es curioso como desde que el mundo es mundo ser humano ha sentido ciertos temores a aquello
que achaca a la mala suerte, o que no nos es favorecedor como menos, sin darnos cuenta de que nos movemos en convencionalismos que nosotros mismos nos  hemos dado para justificar lo que nos sucede porque nos tiene que suceder.

No sé cuándo ni  en qué mes me tocará marcharme, eso da igual. La única realidad es que llegará esa hora y entonces ya sean las hojas de los árboles verdes o amarillas, ya sople el viento o abrase el sol, mi único deseo es haber vivido la vida que he querido..., y queriendo.

Sed felices.


domingo, 4 de noviembre de 2018

Nadie conoce a nadie

Nos vanagloriamos de conocernos unos a otros, de saber lo que piensan nuestra pareja, nuestros  hijos, nuestros amigos. Creemos saber el por qué de ciertas reacciones a ciertas acciones, cuando lo único cierto es que nadie conoce a nadie: ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos.

Ya, ya sé que alguno de vosotros, mis queridos lectores frunciréis el ceño, y me diréis que eso no es verdad. Que tras años de sesudas reflexiones acerca del bien y el mal habéis llegado a una certera opinión sobre lo humano y lo divino, incluido vuetro propio ser.

Pues perdonad que lo dude; o tal vez yo sea única en mi propia experiencia, pero a estas alturas de la película de mi vida aún me sorprendo con personas a las que creí conocer, o con reacciones de mi misma que no pensaba jamás tener. No es difícil pontificar sobre aquellos que nos toca de refilón, señalar con el dedo a quienes se ven en bretes que a nosotros jamás , o eso pensamos, se nos van a plantear.

Pero en ocasiones la vida nos pone en la tesitura de tener que tomar decisiones que no esperábamos y entonces vemos que todo aquello que formaba parte de nuestros cimientos se tambalea, y nos empuja a llevar a cabo actuaciones que nunca pensábamos.

Ele refranero popular, sabio en su esencia, dice : "No digas de este agua no beberé, ni este cura no es mi padre". Pues eso, que nos ponemos delante de la fila, sacando pecho, y afirmando que nunca romperemos esos principios de los que nos enorgullecemos, sin pensar que nos podemos ver en la disyuntiva de tener que romperlos, o que, sin saberlo nosotros, ya lo hemos hecho.

Nadie conoce a nadie. Odiamos la corrupción, pero si podemos facturar sin IVA lo hacemos ; no seremos infieles, pero cada vez que vemos a alguien que "nos pone", pensamos que estaría genial echarle un polvo; nos duele ver a los inmigrantes en pateras, pero cuando vemos a un indigente en un banco o en la calle de nuestro barrio, miramos para otro lado; nos consideramos demócratas, pero votamos a quienes nos aseguran que los ricos serán más ricos y los pobres más pobres.

Sería aconsejable un mayor ejercicio de autocrítica constructiva. Recordemos, es la sabiduría popular, ese otro refrán que dice "cuando señalas a otro con un dedo, los otros tres te señalan a ti"... Y a mí, y a todos.


Sed felices.