viernes, 24 de agosto de 2018

El pintor de desnudos (4)

(Continuación del relato. Entrada anterior el 17 de agosto 2018).


Una vez tomada la decisión se sintió mucho más tranquilo. Como si un gran peso que hasta ese momento le aplastaba el pecho se hubiera desvanecido y el sol, que asomaba tímidamente entre unas gruesas y oscuras nubes, brillara en todo su esplendor.

El paso siguiente fue proyectar el cómo, de tal manera que no quedara ni la mínima sospecha de que se hubiera cometido un crimen ni, por supuesto, ser él el criminal.  ¿Contratar un sicario? ¿Provocar un accidente?

Pasó toda la mañana en internet buscando maneras de asesinar. Sí, porque la Red era un pozo sin fondo a la hora de inspirar sobre cualquier cosa, incluso sobre la mejor forma de deshacerse de alguien sin despertar sospecha. Cuando ya desesperaba por no hallar algo factible encontró la solución.

Habiendo resuelto la logística, abordó el paso siguiente: llamar al escritor e invitarle a cenar a su casa. No fue tarea fácil convencerlo. Había pasado mucho tiempo desde su encontronazo en televisión, durante el cual solo se habían cruzado cuatro palabras para insultarse.

El anzuelo fue un supuesto retrato que el pintor de desnudos quería llevar a cabo como homenaje al escritor y como regalo de bodas también. Después de la cena tomaría unos apuntes para llevarlo a cabo.

A pesar del desprecio que el escritor sentía por el pintor de desnudos, tener un retrato salido de su pincel era una gran tentación. Máxime cuando un cuadro con semejante firma se cotizaba a miles de euros en el mercado. Aceptó.

La tarde se pasó volando mientras el pintor de desnudos preparaba el plato favorito para el escritor—al fin y al cabo eso se hacía con los condenados a muerte—, y perfilaba todo lo necesario para el asesinato.

A las nueve en punto el timbre de la puerta anunció la llegada del invitado. Los primeros saludos fueron muy tensos por ambas partes, aunque varias copas de jérez hicieron el milagro de soltar la lengua y la confianza.

—La verdad es que todavía no entiendo muy bien a qué se debe esta invitación. Pero la curiosidad, he de reconocerlo, es uno de mis pocos defectos— apuntó el escritor, cómodamente sentado frente a la chimenea, mientras que el pintor de desnudos daba los últimos toques a la mesa.

—Bueno, creo que hemos dejado pasar mucho tiempo y que nuestra enemistad tenía que llegar a su fin. Al fin y al cabo, tú eres el mejor escritor del país en la actualidad, y yo, dicho con toda la humildad, soy un artista reconocido mundialmente. Creo que debemos enterrar el hacha de guerra. Como testimonio de nuestra paz, me gustaría pintarte.

El escritor se levantó del sillón y sonrío irónicamente.

—Soy el mejor escritor y el que más vende, además. Bueno, veamos qué tal va la cena, y hablamos después.

El pintor de desnudos desplegó todas sus habilidades y rodeó a su invitado de todo aquello que sabía era de su agrado: fiambres, ensaladas, carnes, vinos… Al finalizar la cena, la cara de satisfacción del escritor indicaba que todo iba según lo planeado.

—Me gustaría pasar a mi estudio y llevar a cabo esos apuntes de los que te hablé, para realizar tu retrato.

El escritor pareció dudar unos instantes, pero luego se puso en pie, algo vacilante por el alcohol ingerido, y soltando una carcajada, asintió con la cabeza.

Al vino servido en la cena le siguieron varios vasos de wisky escocés de la marca favorita del escritor, que no dejaba de hablar mientras el pintor de desnudos abocetaba en carboncillo su rostro sobre un papel en blanco. Como fondo musical los Nocturnos de Chopin ayudaban a relajar la atmósfera.

Poco a poco, según avanzaba el dibujo, la voz del escritor fue bajando de tono hasta quedar en silencio. El pintor de desnudos se acercó y puso la mano al pecho para comprobar los latidos del corazón, si es que lo tuviera y no hubiera sido sustituido por una piedra carente de sentimientos.

(CONTINUARÁ)

2 comentarios:

  1. El ego y la soberbia van a matar al escritor.De momento el pintor ha demostrado ser mas inteligente, atacando por los puntos flacos de los egocentricos y superficiales.

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  2. La vanidad siempre es un arma de doble filo. Gracias por tu comentario.

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