viernes, 18 de septiembre de 2020

PONGAMOS QUE HABLO DE MADRID

 Llego a mitad de septiembre sin haber hecho ninguna entrada en este blog mío, espejo de mi vida cotidiana y de mi pensamiento. El tiempo, en ocasiones, parece que se acorta, como una mala prenda que encoje en la lavadora.

Son días de desasosiego e incertidumbre por los que camino como si siguiera un sendero lleno de trozos de cristal y yo fuera con los pies descalzos. Lo peor es que no existe un atajo, ni otra manera de alcanzar un horizonte difuminado por esta pandemia que nos tiene a


bducidos, separados de lo que siempre ha sido nuestra vida, la propia, aunque estuviera llena de luces y sombras.

Se agota el optimismo porque no tiene recambio, sino la cantinela persistente del desastre contínuo. Lo peor es que también se une la impotencia de saber que estamos al albur de la incapacidad, de la falta de criterio ante una crisis que no hemos conocido nunca.


¿Qué podemos hacer? ¿Dejar que el tiempo pase en un demencial "sálvese quien pueda"?

Puedo reconocer, mis queridos lectores, que ante esta situación, en ocasiones, como ciudadanía no hemos dado todo lo que podría ser (la indisciplina es tentadora), pero en este momento culpar al sursum cordam , con argumentos maniqueos, incluso racistas es total y absolutamente torticero.

Si hay algo que la sociedad tenemos obligación de preservar es la salud, la nuestra y la de los demás. Confiamos en los poderes públicos para que así se haga, y cuando estos no cumplen hay que cambiarlos. En este caso, pongamos que hablo de Madrid.

Ayuso no va a dimitir. No lo va a hacer porque sería reconocer su culpabilidad de unos hechos que no son tan inanes como robar un lápiz de labios o un perfume en un centro comercial. Es asumir las consecuencias de unas políticas llevadas a cabo por sus antecesores, y que, nunca nos cansaremos de decirlo, han esquilmado los servicios públicos hasta no dejar más que unos huesos esqueléticos.Ahora pide ayuda al Gobierno de España, al que han tachado de ser el culpable de todos los males, en vez de reconocer que no puede ni sabe. 

No tengo otras palabras que estas que hoy os llegan, grises y oscuras como este día de final de verano. Tal vez por eso he tardado en asomarme a este espacio: no encontraba, como antes, la manera de transmitir esperanza, más allá de negarme a tirar la toalla y de mi firme propuesta seguir trabajando para salir de este  vórtice demencial

Mientras, cuidaros mucho, seguid creyendo en los valores que nos unen y sustentan. No hay otra.


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