Confiesa siempre que la hechiza el mar en invierno. Es cuando, realmente, se muestra con toda su pureza y su fuerza. Es, entonces el Mar, con mayúsculas.
En verano se convierte en una especie de gran piscina coloreada por los bañistas, las sombrillas y las toallas. Pero ahora la silenciosa playa permite contemplarlo en su amplitud.
Habla con el mar y él la escucha. La brisa marina parece que trae rumores , ecos de otras tierras, de otros lugares, que quizá algún día visite, o tal vez no.
Ve a un hombre y un perro, que corretea tras una gaviota.
Lanza un piedra al agua,que se hunde entre las ligeras espumas de unas olas mansas.
El horizonte se funde con el mar: ambos tienen un color argenta, dando la sensación de estar en una especie de cinta de Moebius en donde no existe arriba y abajo.
No hace frío y, excepcionalmente, no hay algas en la playa, testigos otras veces de la fiereza del temporal.
Chillidos de gaviotas y los ladridos del perro se confunden con sus voces interiores, esa voces que hablan y narran sus propias historias construidas de su percepción del mundo, que en un tiempo relativamente corto se ha transformado, y que, a igual que ese mar que contempla, muestra una superficie aparentemente en calma, mientras que su fondo bulle un universo.
Sed felices.
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